En
manos de los banqueros
Algunos son
pertinaces e irredentos. Por ejemplo, Fernández Ordóñez que, con todo lo que
está cayendo, centra el peligro en que el Estado intervenga. El 19 del pasado
mes hizo unas declaraciones en las que alertaba acerca del riesgo que, según
él, se produce en las capitalizaciones de los bancos con entrada de
representantes del Gobierno en los consejos de administración, calificándola de
nefasta si se cae en la tentación de obligar a esas entidades a conceder
créditos: “En el momento en que obliguemos a un banco a dar un crédito a quien
no lo va a pagar, nos habremos cargado el sistema financiero”.
El caso es que, para
destruir el sistema financiero, se valen ellos solos, y ya lo hubiesen hecho si
no llega a ser por la actuación de urgencia del sector público y por el dinero
de los contribuyentes. ¿Nos olvidamos, acaso, de que han sido las propias
entidades financieras y la autorregulación las que se encuentran en el origen
de esta crisis? Son los bancos los que han concedido créditos a quien no podía
pagarlos –las famosas hipotecas subprime– y han sido
los bancos los que han titulizado esa basura, la han vendido a otros bancos y
han contaminado el sistema.
Incluso,
refiriéndonos a España, hay mucho que decir respecto al comportamiento de
nuestras entidades financieras. Se ha pregonado su solvencia y buena salud en
comparación con las de los otros países. La explicación es sencilla. No han
tenido demasiadas ocasiones de contaminarse. Dado nuestro déficit exterior,
nuestros bancos no podían ir a los mercados internacionales a comprar activos,
ni de buena ni de mala calidad, sino a emitir pasivos, a endeudarse. Era
difícil, por tanto, que adquiriesen en el extranjero, activos de dudosa procedencia.
Otra cosa es la
contaminación interior porque, sin llegar a la aberración de las hipotecas subprime, al conceder créditos con excesiva alegría y
permitir el apalancamiento, las entidades financieras han sido, en buena
medida, las causantes de la burbuja inmobiliaria y del brutal endeudamiento de
nuestra economía. Esas personas tan sabias y expertas que dirigen los bancos
quizás se han autoengañado pensando que las
condiciones económicas iban a permanecer inmutables (buen ejemplo de ello son
los préstamos a Sacyr); pero de lo que no hay duda es de que han engañado a los
clientes y a la sociedad en su conjunto.
La cultura
financiera de la mayoría de los ciudadanos es escasa y, por lo general, se fían
de lo que les diga el banco, sin ser capaces de discernir muchas veces la
verdad de la mentira. En unos momentos en los que los tipos de interés eran
excepcionalmente bajos, las entidades financieras impusieron el interés
variable con lo que el riesgo pasaba de estas al cliente al que se engañaba, o
al menos se confundía, presentándole una oferta que no era real. Casi todo el
mundo, cuando va a demandar un crédito, en lo que se fija es en la cuota que va
a tener que pagar todos los meses, y si esta es asequible teniendo en cuenta
sus ingresos. Pero, con interés variable y especialmente con largos plazos de
amortización, esa cuota puede modificarse de manera sustancial, ya que casi
todo lo que se paga en los primeros años son intereses, por lo que variar el
tipo de interés, también lo hace y casi en la misma proporción la mensualidad.
Tal escenario va a conducir a un fuerte incremento de la morosidad, y a crear
una situación económica angustiosa en muchos ciudadanos.
Este comportamiento
de las entidades financieras contrasta con el que están practicando en la
actualidad. Desde la propia vicepresidencia económica se ha mostrado
preocupación por que el crédito no llega a las empresas o a las familias y,
cuando llega, lo hace con unas condiciones draconianas. En plena recesión, casi
deflación, las entidades financieras están cobrando a sus clientes unos tipos
de interés desmedidos, integrados por dos factores diferentes. Por una parte,
el nivel del Euríbor (tipo al que los bancos se
prestan entre ellos), dado que presenta una diferencia anormal con respecto a
la tasa de interés que marca el BCE, hecho que este debería tener en cuenta al
fijarla.
Pero el otro factor
es que la banca, sin razón aparente, aplica un diferencial sobre el Euríbor muy superior al que fijaba anteriormente, y,
además, lo completa con domiciliación de la nómina, seguro de vida, del hogar,
fondo de pensiones y no se sabe cuántas cosas más, lo que constituye todo ello
un pago en especie. No se trata, por tanto, de que los bancos se hayan vuelto
más cuidadosos a la hora de decidir a quién prestan, ni que exijan más
garantías –lo que parecería lógico, dada la ligereza con la que se han
comportado en la etapa anterior–. Se trata de que parecen
querer compensar ahora, a costa de los clientes solventes, las pérdidas que
pueden derivarse de las alegrías de antaño. Lo cierto es que están encareciendo
el crédito y ahondando la recesión.
A quienes temen que
el poder político entre en la Banca, habrá que decirles que difícilmente lo
hará peor que el poder económico y los llamados independientes. Además, al Gobierno
se le pueden exigir responsabilidades; a los banqueros, nunca. Parece evidente
que cada cierto tiempo las entidades financieras entran en crisis y, bajo las
amenazas de que se tambalea todo el sistema y la economía en su conjunto,
enormes cantidades de fondos públicos tienen que acudir en su ayuda. Habrá que
pensar que el crédito y el dinero son asuntos demasiado importantes para
dejarlos en manos de los banqueros. Desde luego, no tiene sentido que, como en
la antigua URSS, los taxis sean públicos, pero a lo mejor tampoco lo tiene que,
como en nuestros países, los bancos sean privados.