El PSC y la extraña pareja
La
pasada semana se escenificó en el Congreso de los Diputados un desencuentro que
se venía fraguando tiempo atrás. Trece diputados del PSC rompieron la
disciplina de voto del grupo parlamentario socialista y Carmen Chacón se quedó
en medio, ejerciendo su propio y personal derecho a decidir, sin alinearse ni
con unos ni con otros.
En honor
de la verdad nunca he entendido las relaciones entre PSOE y el PSC, como
tampoco he logrado comprender las de IU e Iniciativa per Catalunya. Entiendo,
¿cómo no? las coaliciones de partidos, bien sean preelectorales
o poselectorales, o incluso permanentes como la de Convergencia y Unió. Lo que
me resulta difícil de comprender es que una formación política renuncie a tener
presencia y a concurrir a las elecciones en una parte del territorio y lo haga
a favor de otra formación política que, cuando quiere, afirma su propia
personalidad y autonomía declarándose independiente.
Las
relaciones entre el PSOE y el PSC (al igual que las de IU e IC) se basan en la
asimetría, y las asimetrías terminan creando todo tipo de problemas y si no,
véase lo que ocurre con la Unión Monetaria. El PSC forma parte de los órganos
de dirección del PSOE (aunque después no se siente ligado por las decisiones
que estos adoptan), pero no a la inversa, ningún militante del PSOE pertenece a
los órganos de dirección del Partido Socialista de Cataluña. El PSOE tampoco
participa de la elección del primer secretario del PSC. ¡Hasta ahí podíamos
llegar! Ellos son independientes. Pero el PSC sí participa en la elección del
secretario general del PSOE, tan es así que en la anterior etapa recordaron a
menudo a Zapatero que era secretario general del PSOE gracias a los votos del
PSC. Lo cual era rigurosamente cierto. Aunque asimismo es verdad que Zapatero
debió también su triunfo al grupo llamado de los Renovadores por la base (de
José Luis Balbás, “los balbases”)
que más tarde protagonizarían el famoso “tamayazo”
que entregó la Comunidad de Madrid a Esperanza Aguirre.
Lo
cierto es que Zapatero debió de creerse que mantenía una deuda con el PSC
porque lanzó aquella frase tan desafortunada: “Pascual me comprometo a apoyar
en Madrid lo que apruebe el Parlamento catalán”. Y así nació el aciago Estatuto
de Cataluña, que no solo concedió privilegios a una parte de España frente al
resto, sino que dio lugar y ocasión a que el nacionalismo catalán ejerciese el
deporte que más le gusta: el victimismo. De aquellos polvos vinieron estos
lodos. Además, fueron polvos totalmente innecesarios, en los que Zapatero y el
PSC se metieron solos. Artur Más no parecía muy
entusiasmado. Incluso amenazó a Maragall con no apoyar el Estatuto cuando este
le reprochó en el Parlament el 3% de las comisiones,
y Zapatero tuvo que emplearse a fondo más tarde para convencer a Convergencia
de que no se retirase de la aventura.
Toda la
operación fue una enorme chapuza imputable al PSC y a Zapatero. De aquellos
polvos estos lodos, porque cuando el PSC pretende quitar la bandera
nacionalista a los nacionalistas, a estos no les queda más remedio que disparar
por lo alto, y ahí están el pacto fiscal y la pretensión de independencia. En
realidad ambas cosas son muy similares puesto que, dado el peso que la economía
catalana tiene en el conjunto de España, una independencia en materia de
hacienda pública por fuerza tiene que conllevar la ruptura política y de
mercado. El concierto con el País Vasco y con Navarra resultan soportables (no
justos) en función de la importancia menor
de ambas autonomías, pero la aplicación del modelo a Madrid o a Cataluña
es totalmente inviable. Sería tanto como incorporar entre los territorios
españoles el erróneo diseño que la UM ha implantado entre los países europeos y
que hace imposible su pervivencia.
El PSC
continúa patinando y manteniendo posturas contradictorias. Por una parte afirma
estar en contra de la declaración del Parlament que
proclama que Cataluña constituye un sujeto político y jurídico soberano pero,
por otra, defiende que tiene derecho a decidir. Resulta difícil casar ambas
tesis. Todos tenemos derecho a decidir, pero dentro del marco de un
ordenamiento jurídico y de acuerdo con unas reglas de juego. La libertad de uno
termina donde empieza la de los demás. Pensemos qué ocurriría si un día Amancio
Ortega, Manuel Jové, Botín, las hermanas Koplowitz, Florentino Pérez y otras doscientas grandes
fortunas decidiesen (por su derecho a decidir) que puesto que pagan al fisco
más de lo que reciben se independizan fiscalmente, o que la urbanización de
lujo de la Moraleja por su derecho a decidir quisiera crear su propio municipio
independiente de Alcobendas, ya que contribuye en mayor medida que los servicios
de que disfruta. El derecho a decidir de manera absoluta es únicamente atributo
de los Estados, es decir, de los sujetos jurídica y políticamente soberanos,
aunque ahora soberanía, soberanía, solo la tiene el BCE.
El PSC
ha tenido siempre dos almas, la de una progresía ilustrada y la de una clase
trabajadora proveniente en buena medida de la emigración. Parece que la primera
ha impuesto sus tesis a la segunda. La deriva nacionalista del PSC (y no
digamos de Iniciativa), unida a la renuncia del PSOE y de Izquierda Unida a
establecerse como tales en Cataluña ha dejado a una parte importante de la
sociedad catalana sin referencia política.
¿No ha
llegado el momento de que un partido nacional como el PSOE que lleva en sus
siglas la e de España, se haga presente en todos los territorios? Los
resultados seguramente no serían muy brillantes a corto plazo. IU lo intentó
sin éxito. La inercia electoral y la opacidad informativa son obstáculos
difícilmente salvables, pero a medio y a largo plazo las cosas cambian. IU no
perseveró. De hecho, el mercado electoral no se comporta de manera distinta a
cualquier otro mercado y es sabido lo que cuesta abrirse un hueco en ellos,
pero con tiempo y con medios se consigue y, hoy por hoy, el PSOE tiene
instrumentos suficientes. Todo ello no es óbice para que más tarde pudiera
establecer las coaliciones electorales que considerase adecuadas pre o
poselectorales, pero con reglas de juego claras y definidas.
El PSOE
tiene que calibrar también el daño electoral que su extraño maridaje con el PSC
le puede causar en otros territorios. Sin duda a IU se lo hace el
comportamiento mantenido por sus correligionarios en Cataluña y en el País
Vasco. Nacionalista y de izquierdas son dos términos difíciles de encajar,
sobre todo cuando el nacionalismo se ejerce desde las regiones ricas y el PSOE
ya tiene suficientes dificultades para convencer a la ciudadanía de que es un
partido de izquierdas como para que le arrastren a veleidades nacionalistas.