La Europa de la mitomanía

La eurozona es presa de ciertos tabúes que están distorsionando su funcionamiento. Uno de los más absurdos e irracionales es la prohibición que se impuso al Banco Central Europeo (BCE) de prestar a los Estados miembros y de comprar su deuda, con lo que estos quedan –tal como está ocurriendo en la actualidad– totalmente indefensos frente a la especulación de los mercados. Ante la necesidad ineludible de que el BCE intervenga, pero dispuestos a mantener la ortodoxia por encima de todo, se ha caído en el nominalismo. El pasado 21 de diciembre, el BCE puso en marcha un proceso alambicado: conceder “barra libre” a los bancos con la intención de que estos, a su vez, adquieran la deuda pública. Bien es verdad que de esta forma se pretende arreglar también la cuenta de resultados de las entidades financieras. La operación constituye un pingüe negocio para ellas: consiguen el dinero del BCE al 1% mientras que obtienen un 5% de la subscrición de los bonos.

Hay quien ha dicho que esta operación ahorra dinero a los contribuyentes, ya que el saneamiento de los bancos por este procedimiento reducirá las aportaciones que tengan que realizar los tesoros públicos de los Estados. Vano espejismo, porque los recursos ya se están empleando en pagar los intereses de la deuda pública en una cuantía muy superior a la que resultaría si los Estados fuesen los beneficiarios directos de los créditos del BCE.

Aunque lo peor con todo es que la operación está siendo un rotundo fracaso. Desde luego el crédito continúa sin llegar al público, tal como decía pretenderse, pero tampoco queda claro que los bancos estén comprando deuda pública; más bien puede suceder que hayan comenzado a desprenderse de ella, puesto que ahora tienen la posibilidad de utilizar otros activos de peor calidad para conseguir los préstamos del BCE, pero, sobre todo, porque –increíblemente– la propia autoridad bancaria europea castiga a la deuda pública a la hora de calcular la solvencia. La desconfianza continúa reinando en los mercados financieros, los bancos no se prestan unos a otros ni se fían de la deuda soberana debido a que empiezan a considerar como factible la alternativa de que la Unión Monetaria desaparezca.