Tocata
y fuga de Zapatero
Durante
mucho tiempo ha imperado una concepción de la historia un tanto espuria. Se ha
reducido a la biografía de los monarcas o príncipes, olvidando lo que debería ser
su materia, el análisis del pensamiento, de las creencias, de los modos de vida
y del hábitat de los pueblos. Hoy en día, las monarquías están en desuso, o al
menos son constitucionales, pero el error de perspectiva continúa. Perduran las
concepciones autocráticas. Hasta en las democracias, las formaciones políticas
se diluyen detrás de los caudillos. Eso explica hechos como el de que –en medio
de los gravísimos problemas económicos que aquejan a España– la cuestión de
saber quién propondrá el PSOE como candidato a la presidencia del Gobierno en
las próximas elecciones venga acaparando, desde hace tiempo, la atención los
medios de comunicación, y que, en el último fin de semana, estos desplegaran
toda clase de efectivos para cubrir esta información. En algún diario de máxima
tirada se ha llegado a escribir: “El anuncio que hacía historia en el PSOE y en
España…”.
No creo
que la historia de España dependa demasiado de si continúa o no Zapatero, y
mucho menos de quién vaya a ser el sucesor. En primer lugar, porque es bastante
improbable que el PSOE gane las próximas elecciones generales y, en segundo
lugar y más importante, porque no parece que haya mucha diferencia entre los
nombres que se barajan, ya que todos ellos han participado de los errores de Zapatero,
del mismo modo que este había participado en los de González.
El mismo
planteamiento de la sucesión da idea del carácter caudillista que impregna los
partidos, y de cómo están copiando miméticamente estructuras que son propias de
sistemas foráneos. Tanto la figura de candidato a la presidencia de Gobierno
como las llamadas “primarias” son elementos propios de un sistema
presidencialista como, por ejemplo, el americano y no cuadran, por tanto, con
nuestro sistema parlamentario en el que en las elecciones generales (y otro
tanto cabría afirmar de las autonómicas y de las municipales) los ciudadanos no
eligen al presidente del Gobierno sino a diputados, es decir, a la estructura
de las Cortes, y son los diputados los que, más tarde, según la correlación de
fuerzas escogen al presidente del Gobierno.
La
costumbre de todas las formaciones políticas, (incluso de aquellas que no
tienen ninguna posibilidad de ganar) de designar candidato a la presidencia del
Gobierno, y en mayor medida la de celebrar primarias, aunque en un principio
parezcan más democráticas, obedecen a una concepción caudillista en la que el
jefe se relaciona directamente con las bases y adquiere de ellas plenos
poderes. Desaparece así toda posibilidad de dirección colegiada. Aparte de ello,
las primarias si no están trucadas y preparadas han traído por lo general
problemas al partido que las ha convocado. Quizás por ello los más hábiles de
sus miembros recelan de su utilidad.
Conviene
señalar que el PSOE en el ámbito nacional solo ha convocado primarias en una
ocasión: Almunia–Borrell, y no creo que guarden un buen recuerdo de ellas. Aun
cuando a menudo se afirme lo contrario, la designación de Zapatero no fue
mediante primarias sino en unas elecciones a secretario general en un congreso,
lo cual es muy distinto.
Pero
puestos a importar costumbres foráneas, parece que en España nos estamos
acostumbrando a la limitación de las dos legislaturas. Cuando Aznar anunció que
únicamente estaría ocho años de presidente del Gobierno, su gesto fue tachado
de saludable y democrático. Ya entonces mostraba mis dudas de que esto fuera
así. Cuando se mantiene todo el poder y no se va a tener que dar cuentas porque
no se concurrirá a las urnas, la tentación de gobernar de forma despótica y sin
ninguna censura y limitación es bastante grande. Si Bush hubiera podido
presentarse a un tercero mandato tendría que haber estado más atento a la
evolución de la opinión pública y tal vez en los últimos cuatro años se hubiera
comportado de forma distinta frente a la guerra de Irak. Y distinto seguramente
habría sido el comportamiento de Aznar en la segunda legislatura si hubiera
pensado presentarse como candidato en los siguientes comicios; quizá hubiera
escuchado más las voces que desde dentro de su partido le desaconsejaban
involucrarse de forma tan directa en