A
ver quién las tiene más grandes
Andan el
PSOE y el PP polemizando acerca de quién tiene más grandes las tijeras. Cada
uno predica del otro toda clase de malas intenciones y profetiza que si la fuerza
contraria gana las elecciones acometerá un sin fin de recortes. Y puede ser que
ambos tengan razón. Afirmaba Tierno Galván, con ese cinismo que le
caracterizaba, que las promesas electorales son para no cumplirlas, por lo que
seguramente habrá mucha más veracidad en las diatribas que ambos partidos se
lanzan, que en sus respectivos programas.
El
candidato socialista acierta al arengar a los suyos para que quiten la careta
al PP cuando utiliza la crisis como excusa para la privatización encubierta de
la sanidad o para los recortes en la educación. Pero igual de acertado estaría
todo aquel que esté dispuesto a quitar la careta al PSOE cuando justifica, con
la crisis como coartada, el hachazo dado a las pensiones, el mayor ataque a los
derechos laborales de los trabajadores que se ha originado en reforma laboral
alguna o el deterioro de todos los servicios públicos, mediante la reducción de
plantillas y de salarios a los empleados públicos. Los que el pasado fin de
semana se presentaban en el Palacio de Exposiciones y Congresos como la
esperanza socialdemócrata son los mismos que con la excusa de la crisis han
realizado la política económica y social más reaccionaria de los últimos
tiempos. ¿Cómo pueden pretender que se les crea? El argumento de que la situación
y el momento son distintos no se sostiene.
Sabemos
que ninguno de los dos partidos va a ser capaz de adoptar una posición firme en
Bruselas y de echar un pulso a Merkel; luego, y digan
lo que digan durante la campaña electoral, cualquiera que sea el ganador va a
situar el control del déficit como primer objetivo de la política económica.
Ambos lo han querido dejar muy claro al introducir nada menos que en la
Constitución un corsé que atará en el futuro a todos los gobiernos. Carece por
consiguiente de sentido hablar de estímulos fiscales y de creación de empleo.
No es creíble. La actuación del sector público va ser en todos los casos, y
como ya lo está siendo, restrictiva y si se toman algunas medidas que podrían
considerarse expansivas -como la reducción de cotizaciones sociales- se van a
compensar con otras con un efecto contractivo tanto o más fuerte. No se puede
cuadrar el círculo, reducir el déficit público y al mismo tiempo afirmar que se
mantienen estímulos fiscales. Lo único que se hace -claro que tal vez sea ese
el objetivo- es beneficiar a algunos empresarios.
Hay que
aceptar por tanto que cualquiera de los partidos que gane va a instrumentar una
política económica restrictiva -con lo que condenarán a la economía española a
un largo periodo de atonía cuando no de recesión y a permanecer en los niveles
de paro actuales- A pesar de ello habrá que preguntarse acerca de las
actuaciones y medidas que presumiblemente van a adoptar, con independencia de
sus promesas electorales. Todas no son iguales, ni inciden sobre los mismos
colectivos.
Comencemos
afirmando que, en principio y por regla general, las rebajas en los gastos
públicos tienen efectos más injustos y dañinos desde el punto de vista social
que la elevación de los impuestos. Con toda probabilidad, los recortes influyen
negativamente en los servicios públicos y en las prestaciones sociales, por lo
que las consecuencias las van a sufrir principalmente las clases medias y
bajas, mientras que la subida de impuestos, incluso de aquellos que no son
progresivos, afectara en mayor proporción a las clases altas. Pero, dando un paso más, habría que mantener
que en una crisis como la actual, puestos a elevar la presión fiscal, sería
preferible subir los impuestos directos.
La
cuestión del déficit público es un seudoproblema, ya
que bastaría con deshacer las últimas reformas fiscales para que el desajuste
presupuestario desapareciese. Pero ambos partidos se resisten a dar marcha
atrás, dado que han sido ellos los artífices de las reformas anteriores. Rajoy
no quiere oír hablar del tema, como no sea para bajar aún más los impuestos a
los emprendedores, es decir, a los empresarios. Resulta obvio, por tanto, que
planea realizar fuertes recortes de gastos que sin duda afectarán a los
servicios y a las prestaciones sociales. Lo tiene tanto más fácil cuanto que lo
podrá justificar con la estela que va a dejar el PSOE.
Rubalcaba,
por su parte, sí habla de subir impuestos, pero da la impresión de que
constituye un flatus vocis,
mera estrategia electoral, porque la pregunta surge de manera espontánea ¿por
qué no lo han hecho durante todo este tiempo que han estado gobernando? Han
preferido rebajar las pensiones y el sueldo de los empleados públicos, y cuando
no han tenido ya más remedio que tocar la fiscalidad se han decantado por el
IVA, un gravamen que carece de progresividad, aun cuando se diga que los ricos
consumen más que los pobres. Más, sí, en cantidades absolutas, pero no en
porcentaje sobre la renta.
Pero es
que, además, el planteamiento del candidato socialista en materia de tributos
adolece de una gran ambigüedad. Lo único claro es que piensa subir los
impuestos especiales al alcohol y al tabaco; el resto está por completo sin
concretar y parece acuñado exclusivamente para hacer un guiño a la izquierda,
sin comprometerse mucho y sin molestar a nadie. Que si los bancos, que si las
grandes fortunas… mal empieza cuando declara que no va a reformar el impuesto
sobre la renta, es decir, que va a mantener esa tremenda injusticia de que las
rentas de trabajo soporten mayor carga fiscal que las de capital. Claro que aún
es peor lo de Rajoy que manifiesta su intención de eximir a estas últimas de
todo gravamen en el impuesto de sociedades.
Rubalcaba
anuncia que no va a subir los impuestos a los asalariados y a la clase media.
Teniendo en cuenta el concepto de clase media que viene manejando el PSOE,
parece bastante evidente que no lo va a subir a nadie. En cuanto a los
asalariados, los hay de muchas clases. Asalariado es el presidente de Iberdrola
que, según se ha hecho público en la prensa, cobra 6,1 millones de euros anuales.
Lo que
realmente se precisa es una reforma fiscal en profundidad, tanto desde el
ámbito normativo, como en la gestión y en el control que, de forma equitativa,
incremente en seis puntos la presión fiscal, porcentaje que nos separa de la
media de la Europa de los 15. Así se terminaría el problema del déficit y de la
financiación de nuestro Estado de bienestar, pero a esto no parece estar
dispuesto ninguno de los candidatos.