Gobierno económico de Europa

Lo malo de profesar un optimismo trascendental es que las decepciones pueden ser enormes. El Gobierno, de manera bobalicona, había cifrado en la presidencia rotatoria de Europa  grandes perspectivas, de cara a presentar como triunfo en el interior el protagonismo exterior. El chasco, aun prescindiendo de anécdotas tales como la del acontecimiento planetario, ha sido notorio. Con todo, lo más patético es ese empeño con el que algunos miembros del Ejecutivo continúan insistiendo acerca del enorme éxito cosechado. Ello no tendría demasiada importancia si todo quedase en un mero acto de propaganda política. Pero no es así. Lo grave de la cuestión radica en que, con la finalidad de ensalzar el papel de la presidencia española, presentan una imagen de Europa acicalada que no guarda relación alguna con la realidad.

Si algo ha quedado demostrado en estos seis meses es que las instituciones diseñadas en el Tratado de Lisboa no funcionan. La flamante Alta Representante Exterior está missing y el Presidente del Consejo ha asumido un discreto papel de comparsa. Una vez más, se ha demostrado que el único gobierno de la Unión es la voluntad de Alemania acompañada, si acaso, de Francia y de Gran Bretaña como corifeos.

Presentar el raquítico respaldo a Grecia o la creación de ese fondo virtual –virtual porque no existe en la realidad- de posibles rescates como un paso de gigante en el gobierno económico de Europa es estar ciego o, lo que es peor, no querer ver la realidad. Ninguna de esas cosas habría sido necesaria si el Banco Central Europeo no hubiese nacido perniquebrado por la voluntad de Alemania y tuviese -y las ejerciese- las competencias de un verdadero banco central.

Las políticas de ajuste adoptadas, lejos de contribuir al gobierno económico, son la prueba palpable de que tal gobierno no existe y de que lo que prevalece es la dictadura germana sobre el resto de los países, que en el caso español lleva a la situación grotesca de que el Ejecutivo pase en dos días a defender todo lo contrario de lo que venía manteniendo. Un gobierno económico –político- en Europa exige con carácter previo la unión económica. Sólo la unión fiscal y presupuestaria podría legitimar que Europa imponga a los países miembros limitaciones en esta materia. Mientras los impuestos y los presupuestos continúen siendo nacionales, los Estados no pueden perder su soberanía presupuestaria.