El
ajuste que Zapatero no quiso hacer
Casi
al mismo tiempo que el Gobierno español presentaba los presupuestos para 2013,
el Ejecutivo francés bajo la presidencia de Hollande
daba a conocer el ajuste que proyecta para ese mismo año, ajuste basado
principalmente en la subida de impuestos, en especial de los progresivos. Según
Hollande, el ajuste no afectará al 90% de los
ciudadanos. Recaerá, por el contrario, sobre el 10% de la población de renta
más elevada y con mayor intensidad sobre el 1% que acumula mayor riqueza. La
afirmación parece bastante creíble a tenor de las medidas adoptadas.
En
buena parte, se trata de desandar el camino andado, es decir, anular las
bajadas de impuestos que habían acometido los gobiernos de derechas y que
disminuían drásticamente la progresividad fiscal. La reforma afecta, en primer
lugar, al impuesto sobre la renta de las personas físicas, en el que se crea un
nuevo tramo con un tipo marginal del 45% para las rentas superiores a 150.000 €
y otro del 75% para las que excedan de un millón; se reducen algunas exenciones
y deducciones fiscales y, sobre todo, se regularizan las rentas de capital
(intereses, dividendos y plusvalías mobiliarias) que pasan a tributar a la
tarifa general en lugar de a los tipos reducidos actuales, con lo que el
impuesto vuelve a ser global, sobre la totalidad de los ingresos del contribuyente.
Complemento
necesario de la reforma del impuesto sobre la renta de las personas físicas lo
constituye la modificación del gravamen que recae sobre los beneficios de las
personas jurídicas, esto es, las sociedades. Parece que afectará fundamentalmente
a las más grandes, a las que se despoja de multitud de ventajas fiscales y
deducciones de las que ahora mismo gozan. Por último, se modifica el impuesto
de solidaridad sobre la fortuna (gravamen sobre el patrimonio) para eliminar la
reducción que Sarkozy hizo de este tributo en 2011.
La
reforma fiscal que ahora acomete Hollande en Francia
es la que se espera de un gobierno socialista, y es la que Zapatero debería
haber promovido en España para compensar las dos reformas fiscales
profundamente regresivas realizadas por el PP en sus ocho años de gobierno. Sin
embargo, la política fiscal ejecutada por Zapatero en su primera legislatura
estuvo en las antípodas de las medidas adoptadas ahora por Hollande.
Bajo el dominio de Solbes y al grito de Sebastián de que bajar los impuestos es
de izquierdas, no solo no corrigió los desaguisados causados en esta materia
por los gobiernos de Aznar, sino que continuó en la misma línea acometiendo una
tercera reforma fiscal que terminó de dar el golpe de gracia a la progresividad
y a la suficiencia.
Con
todo, lo más grave sin duda fue cuando en mayo de 2010 Zapatero y su flamante
ministra de Economía se rindieron sin apenas resistencia ante el primer ataque
de la canciller alemana y se plegaron a realizar un duro ajuste, ajuste que
implementaron además con los criterios más reaccionarios, de modo que hicieron
recaer su coste sobre los empleados públicos, los pensionistas y, a través del
IVA, sobre los consumidores. Zapatero ha intentado justificarlo reiteradamente
con el argumento de que resultaba imprescindible para evitar el rescate. Pobre
razonamiento cuando la prima de riesgo no alcanzaba siquiera los doscientos
puntos y más tarde ha llegado a rozar los seiscientos sin que se haya producido
el tan cacareado rescate.
Pero
es que, además, puestos a realizar un ajuste, se podría haber hecho con una
orientación muy distinta en la línea que se esperaba de un gobierno que se
denomina socialista y en consonancia con las medidas que ahora toma Hollande en Francia: incorporación de las rentas de capital
a la tarifa general del IRPF, introduciendo una mayor progresividad en ella
mediante la creación de nuevos tramos con tipos marginales más elevados y
reforma en profundidad del impuesto de sociedades, eliminando exenciones y
deducciones de manera que se hiciera coincidir el tipo efectivo con el nominal.
Zapatero
no quiso, defraudó a sus electores, entregó el triunfo al Partido Popular, y
dejó al PSOE sonado e incapacitado hasta Dios sabe cuándo para realizar una
verdadera oposición. Sería conveniente que, al menos ahora, los socialistas
miren a Francia y prometan -aunque quizá ya nadie se lo crea- que cuando
lleguen al gobierno van a hacer algo parecido.