Caja
Madrid
Las crisis no sólo
acarrean males; tienen al menos la virtud de descubrir y poner en claro las
contradicciones y los vicios ocultos en circunstancias normales. La algarada
que protagoniza Caja Madrid está dejando a la luz el contrasentido en que se basa el régimen de
las cajas de ahorro. ¿Por qué la cuarta entidad financiera del país tiene que
estar en manos de una Comunidad Autónoma? Por otra parte, el que el alboroto
sea en Caja Madrid tiene una ventaja y es que, al menos, se pueden denunciar
las incoherencias sin que nadie se escude en el victimismo o se envuelva en la
bandera patria, lo que sin duda ocurriría si nos estuviésemos refiriendo a la
Caixa. De inmediato nos acusarían de anticatalanistas.
Caja Madrid igual
que la Caixa son entidades financieras nacionales y son los intereses de todos
los españoles los que se encuentran en juego. Sus oficinas se extienden a lo
largo y ancho de toda la geografía del Estado y sus depósitos y créditos
también. A menudo controlan empresas de servicios públicos de interés general.
Todo ello es evidente en el caso de las dos entidades financieras citadas,
aunque también es predicable –en mayor o menor medida– de todas las otras cajas
de ahorro. Exaltamos la globalización y el mundo sin fronteras, pero si nos
interesa estamos prestos a encerrar las instituciones en el corralito de
nuestra Comunidad Autónoma, cuando no de nuestra provincia o de nuestro pueblo.
¿Por qué el
nombramiento del presidente de Caja Madrid tiene que depender de doña Esperanza
Aguirre? El discurso de la presidenta de la Comunidad de Madrid afirmando que
ella no nombra a nadie y que son los órganos de la caja quienes lo eligen, no
puede ser más cínico. Habría que preguntarle quién designa a estos órganos.
El haber entregado
las cajas de ahorro a las Comunidades Autónomas las ha empobrecido y
constreñido en el ámbito provinciano y raquítico de la política de las
autonomías. Y que nadie se confunda. De ninguna manera estoy a favor de las
privatizaciones. Todo lo contrario. Situaciones como la de la crisis económica
que estamos padeciendo aconsejan bien claramente que una gran parte, si no la
totalidad, del sector financiero estuviese nacionalizado, pero no autonomizado.
El presidente de la
Junta de Extremadura, muy cargado de razón, denunciaba la existencia de una
ofensiva que pretendía echar a los políticos de las cajas de ahorros. ¿Para
entrar quién?, se preguntaba. El capital, el poder económico, ¿quién si no?,
volvía a preguntarse. Pues el Estado, le contesto yo. Porque, señor Fernández
Vara, los políticos no son el Estado. El Estado es mucho más. Es institución,
normas, procedimientos, controles, administración. El problema surge cuando los
políticos toman el Estado, las Comunidades Autónomas, y no digamos los ayuntamientos,
como su cortijo, y se ponen a realizar nombramientos entre sus deudos por la
sola razón de ser de su tribu, de su feudo o de su panda.
La ofensiva contra
las cajas de ahorros existe. Siempre ha existido. El objetivo es su
privatización. Constituyen un bocado apetitoso para el poder financiero. El
argumento empleado es que deben estar en manos de profesionales. De acuerdo,
pero ¿es que acaso los profesionales sólo existen en el sector privado? No hay
ninguna razón para ello. Más bien todo lo contrario. No hace mucho que la
mayoría de los que pasaban como buenos profesionales en el sector privado
provenían del sector público. Por otra parte, ¿acaso en el sector privado,
especialmente en el ámbito de las grandes empresas, los nombramientos no
obedecen en buena medida al amiguismo, a las relaciones, al compadreo y a otros
motivos menos confesables?
Las cajas de ahorro
deben ser, sí, públicas (en los momentos actuales su naturaleza jurídica no
está nada clara), y estar sometidas a todos los mecanismos de control,
objetividad y legalidad que deben caracterizar al sector público. Deben ser
estatales puesto que su actividad se orienta a la totalidad del Estado, y
regidas, es cierto, por profesionales y libres de politiquillos de tres al
cuarto cuyo único mérito y capacidad consiste en haberse sabido mover e
intrigar en la agrupación de su pueblo.