Tecnocracia o plutocracia
La
prensa recientemente ha publicado, pero quizás sin la relevancia adecuada, un
hecho de una gran trascendencia especialmente por lo que tiene de símbolo y de
clara expresión de hasta qué punto se ha llegado con la Unión Monetaria en la
distorsión de los principios políticos y democráticos. La ley de presupuestos
para 2013 extiende como viene siendo habitual al Banco de España y a cualquier
organismo público, las medidas de austeridad que tienen que cumplir este año
las administraciones públicas. Ahí ciertamente no radica la noticia. Esta se
encuentra en que el presidente del BCE Mario Draghí
haya advertido al Gobierno español que esta medida vulnera la autonomía e independencia
del Banco de España y que esta Institución no está obligada a cumplirla.
Parece
imposible que algo así se pueda dar en la vieja Europa. Tras aprobarse el
tratado de Maastricht (1992) escribía yo en el diario el Mundo: “que aun
conociendo el sesgo economicista del Mercado Común y los intereses que subyacen
tras todas sus normas e instituciones, resulta difícilmente comprensible cómo
doce países, teóricamente paradigmas de la democracia occidental, alumbran un
sistema tan profundamente antidemocrático como el diseñado para el futuro Banco
Central Europeo, al que se configura como órgano autónomo e independiente
¿Independiente de quién?, ¿de dónde le vendrá su legitimidad?, ¿ante quién
responderá democráticamente?, ¿en función de qué criterios ideológicos adoptará
sus decisiones? Existe una predisposición clara a la tecnocracia y una
desconfianza radical hacia todo poder político y democrático, como si la
técnica y cierta ciencia económica fuesen neutrales”. Las consecuencias tenían
que ser evidentes; pero así y todo creo que nunca no imaginamos hasta que nivel
iba a ser verdad que los poderes democráticos quedasen desplazados por
instituciones tecnócratas y con qué grado de descaro y de cinismo iban a actuar
los mandatarios del capital.
Draghi sin ningún pudor se
superpone a las Cortes Españolas, en teoría al menos representantes de la
soberanía popular, y les dice lo que pueden y no pueden hacer, y se coloca en
lugar de los tribunales españoles dictaminando si es legal o no que la medida
afecte al Banco de España. La desvergüenza es tanto mayor cuanto que es el
propio BCE el que ha impuesto los criterios de austeridad a todas las
administraciones públicas, sin importarles demasiado si el sistema sanitario va
a quedar gravemente dañado, si los recortes van a condenar a las generaciones
futuras a una educación deficiente, si la justicia no va a poder cumplir su
cometido, si los ancianos van a morir en el abandono y la pobreza, y si la
administración tributaria no va a contar con los recursos suficientes para
controlar el fraude fiscal. Por indicaciones del Banco Central Europeo se puede
destruir toda la administración pública y con ella todos los servicios que
necesitan los ciudadanos para vivir en un estado social y de derecho, pero que
nadie toque al Banco de España ya que este debe ser autónomo e independiente.
Los
países de la Eurozona son los dueños del Banco Central Europeo, y deberían ser
los poderes políticos democráticos de estos países los que tendrían que
controlar al BCE y no a la inversa. Los recursos que maneja el BCE son
propiedad de los contribuyentes de todos los países miembros, también de
España, Grecia, Italia, Portugal, o Irlanda, y deberían ser los poderes
políticos democráticos de estos países los que tendrían que determinar cómo se utilizan
esos recursos, cual debería ser la política aplicada por esta institución e
incluso el sueldo y las condiciones económicas de su presidente y demás
funcionarios.
No somos
conscientes de hasta qué punto se están distorsionando los principios políticos
que, al menos desde la ilustración, se tenían como acervo común de los países
occidentales, especialmente de los europeos. Se pretende hurtar a los poderes
democráticos las decisiones económicas, colocar por tanto estas al margen de
las presiones populares, para cederlas en exclusivas a órganos supuestamente
neutrales e independientes. El modelo del BCE se exporta a todos los órganos
reguladores: Comisión Nacional del Mercado de Valores, Comisión Nacional de las
Telecomunicaciones, Comisión Nacional de la Energía, etc. Incluso desde
Bruselas se intenta imponer a todos los países el llamado Consejo Fiscal una
especie de organismo independiente de los poderes políticos encargado de
garantizar que los recortes presupuestarios se llevan a cabo cueste lo que cueste.
No basta ya con colocar la política monetaria al margen de las presiones
populares sino situar alejadas de la voluntad de los ciudadanos y de sus
representantes legítimos todas las decisiones económicas importantes, desde el
diseño del mercado laboral hasta el sistema de pensiones, pasando por la
configuración del sistema tributario.
Hoy a
los términos de autonomía e independencia política se les adjudica el marchamo
de objetividad. Pero la neutralidad no existe. El fin de las ideologías es tan
solo el triunfo de una ideología la que beneficia a los intereses económicos.
La tecnocracia es en definitiva plutocracia y las medidas que propugna como
técnicas y científicas están ancladas en la ideología más conservadora y
retrograda, puro neoliberalismo económico. Las instituciones europeas y sus
organizaciones satélites en los países miembros son tan solo el consejo de
administración de las fuerzas económicas. El banco de España ha sido siempre la
patronal de las instituciones financieras y el principal centro de emisión de
cultura económica reaccionaria. ¿y los poderes
políticos nacionales? Existe la sospecha de que la mayoría de ellos están
encantados porque la coartada de la Unión europea les permite aplicar las
políticas que de otra manera las sociedades nunca les hubieran consentido.