Todos
son paraísos fiscales
La Cumbre del G-20
en Londres estuvo marcada por la aparente persecución de los paraísos fiscales.
Su existencia ha sido siempre un escándalo, no sólo porque algunos países
hiciesen del fraude fiscal y del dinero negro la industria nacional, sino
también por la hipocresía de las grandes potencias que lo consintieron y
permitieron que sus empresas y bancos domiciliasen sus filiales en los paraísos
fiscales. Obama denunciaba durante la campaña electoral la existencia de un
edificio en las Islas Caimán que albergaba 12.000 compañías estadounidenses.
Tal como el entonces candidato afirmaba: “O es el mayor edificio del planeta o
se trata de la mayor estafa fiscal del mundo, y todos sabemos cuál de las dos
opciones es la verdadera”.
La OCDE venía ya
desde hace algún tiempo elaborando una lista negra sin que su existencia
tuviese ninguna repercusión, hasta que el G-20 amenazó con sanciones. A partir
de ese momento, la lista se ha ido vaciando porque casi todos los inscritos se
han apresurado a obtener el certificado de pureza de sangre. Certificado que,
por otra parte, resulta muy fácil de conseguir, basta con firmar 12 acuerdos
bilaterales con otros tantos países. La probabilidad, por tanto, de cubrir las
apariencias aunque se continúe con las mismas prácticas fraudulentas es
elevada.
Hay quien afirma que
la postura de los mandatarios internacionales en esta materia tiene mucho de
función escénica, ante la dificultad de presentar avances efectivos en la
regulación de los mercados financieros y la necesidad de hacer ver a sus
ciudadanos que hacen algo al efecto. De hecho, en la declaración del G-20 en
Pittsburgh ya no aparece más que una referencia de pasada a los paraísos fiscales.
Resulta difícil ser
optimista acerca de la erradicación de los paraísos fiscales en el futuro. Todo
apunta a que, una vez que pase la crisis, poco a poco todo volverá a la
situación anterior. Y es que, además ¿cómo combatirlos si con la libre
circulación de capitales cada país se convierte en un paraíso fiscal respecto
al vecino? Todos compiten para atraer capital ofreciendo las mejores
condiciones fiscales. ¿Acaso no hemos escuchado estos días reiteradamente que
no era posible gravar a los contribuyentes de ingresos elevados, ya que el
capital viaja a la velocidad de la luz? Por ese motivo parece ser que habrá que
gravar con el mismo tipo impositivo al consejero delegado del BBVA, que se
jubila con una pensión anual de 3 millones de euros, que al contribuyente que
cobra 60.000 euros anuales. En nuestro país existe el peligro incluso de que
algunas Comunidades, como el País Vasco, se transformen en un paraíso fiscal
para otras Comunidades, como La Rioja.
Es paradójico que de
forma generalizada se repudien todas las medidas proteccionistas y se condene
la llamada política de empobrecer al vecino, argumentando que el vecino
reaccionará a su vez y no se habrá adelantado nada y, sin embargo, después se
acepte con la mayor naturalidad que todos los países acometan prácticas
claramente proteccionistas como el dumping fiscal y no se aplique en esta
materia el mismo razonamiento.