Felipismo y zapaterismo, sin renovación
El
PSOE es un partido ya longevo y como tal consciente de que, al menos en España,
los votantes castigan las divisiones; por eso, después de los movimientos
tácticos y casi bélicos de la última semana de mayo, la calma, al menos aparente,
retornó el fin de semana. Calma propiciada por la renuncia forzada de Carmen
Chacón, por la convocatoria de elecciones primarias, que no son ni elecciones
(ya que solo hay proclamación) ni primarias (porque, como he escrito con
frecuencia, en las elecciones generales no se elige a un presidente del
gobierno sino únicamente a diputados) y por el anuncio de unas jornadas de
reflexión con las que se intenta compensar a los que reclamaban la celebración
de un Congreso extraordinario.
Aparentemente
y hacia el exterior, estos últimos motivaban sus exigencias en la necesidad de
plantear el "qué" antes del "quién", y de reflexionar y
debatir sobre el mensaje y el discurso. Pero me da la sensación de que esto era
simplemente la excusa y que otra era la batalla que se estaba librando en la
trastienda.
Por
una parte, resultaba lógico que Rubalcaba ambicionase llegar a la próxima
campaña electoral no solo como candidato a la presidencia sino como secretario
general del partido. De hecho, nunca ha ocurrido lo contrario (Borrell abandono
a medio camino). Es tan lógico que no es fácil explicarse cómo el
vicepresidente ha aceptado por fin lo contrario. La única causa posible habrá
que buscarla en aquello de los griegos: “Los dioses ofuscan a los humanos a los
que quieren perder”. Y un dios terrible es
Con
cierta lógica también, desde el punto de vista de sus intereses, Zapatero se niega
a quedarse como reina madre, presidente de un gobierno apoyado en una formación
política cuya jefatura no ostenta, y por esta razón propugna las primarias como
procedimiento de separar el puesto de candidato a la presidencia del gobierno
del liderazgo del partido. Zapatero contaba con un arma en la que, al parecer,
ingenuamente no repararon los defensores de la celebración del Congreso,
amenazar con el adelanto de las elecciones generales que todos querían evitar.
Ante
esta alternativa, se alcanzó una solución de compromiso. Si bien Rubalcaba no
lograba su objetivo, conseguía al menos no ser sometido a la humillación de
tener que entrar en liza, agrupación por agrupación, con alguien que
consideraba de segunda categoría; teniendo en cuenta, por otra parte, que,
según la experiencia pasada, las primarias las carga el diablo, se sabe cómo
empiezan pero no cómo terminan. Se anunciaba, además, la celebración de una
conferencia programática, lo que aparentemente servía ante la opinión pública
de respuesta a la demanda del Congreso extraordinario.
Zapatero
ganaba el pulso y Rubalcaba se veía en la tesitura de aceptar las condiciones o
abandonar. Es difícil creer que alguien con su experiencia política no se
guarde algún as en