Un
nuevo modelo económico
El
presidente del Gobierno, en el Debate sobre el estado de la Nación, ha
planteado la necesidad de modificar el modelo productivo, lo cual parece justo
y loable. Con la crisis se han manifestado de forma nítida los defectos y debilidades
del modelo económico seguido en nuestro país. En realidad, estas carencias eran
evidentes desde bastante antes, sólo que no parece que quisiéramos darnos
cuenta de ellas. Hace ya años que el déficit exterior viene presentando unos
niveles insostenibles.
El
PSOE en la oposición habló ya de nuevo modelo productivo y de cambiar el
ladrillo por el I+D+i, pero una cosa es decirlo y otra muy distinta llevarlo a
la práctica. De hecho, la política económica adoptada hasta el inicio de la
crisis no se ha diferenciado sustancialmente de la aplicada por los gobiernos
del PP.
Nadie
duda de la conveniencia de cambiar el modelo productivo. El problema radica en
si somos conscientes de lo que esto significa y de las dificultades que
entraña. Tal como el presidente del Gobierno lo ha anunciado parece un acto más
de voluntarismo. Cuando se promete una ley de economía sostenible como la gran
panacea, es inevitable que surja la sospecha de que se piensa ─con una gran
ingenuidad─ que un modelo
económico se cambia de la noche a la mañana por un mero acto de voluntad
legislativa o por la aprobación de unas cuantas medidas como las propuestas en
el Debate sobre el estado de la Nación.
A
decir verdad, no parece que hoy en día en nuestro país el cambio de un modelo
productivo esté en manos del gobierno central, que ha ido perdiendo, a lo largo
de todos estos años, capacidad de maniobra. En primer lugar, debido al proceso
de descentralización autonómica, por el que se han ido traspasando muchas
competencias a las Comunidades Autónomas, proceso que se intensificará con la
aprobación del futuro sistema de financiación y la aplicación de los nuevos
estatutos. Se está viendo todos los días que para aprobar cualquier medida se
precisa la aquiescencia de las Autonomías y no es fácil lograr un consenso.
En
segundo lugar, el Estado se ha empobrecido mediante las privatizaciones. Ha
renunciado a instrumentos valiosos para dirigir la economía que han sido
entregados al sector privado, nacional o extranjero, en el fondo es lo mismo. En
tercer lugar, la incorporación a la Unión Europea y la aceptación del euro como
moneda nacional, reduce la posible actuación. A ello hay que añadir el lastre
del pasado. En economía nunca se parte de cero y se es esclavo de muchas
decisiones y conductas anteriores. Las inercias no son fáciles de cambiar a
corto plazo.
En
último lugar, y quizás el más importante, en el mundo económico construido por
el neoliberalismo, en eso que se ha dado en llamar globalización ─el libre comercio,
la libre circulación de capitales y, en general, la desregulación de todos los
mercados─ , el Estado es
impotente, puesto que ha transferido la mayoría de los instrumentos y
competencias al sector privado. Son los mercados, es decir, el poder económico,
los que mandan, los gobiernos obedecen.