29 años después
(de
El
vuelco electoral que se produjo el pasado día 20 noviembre recuerda
aparentemente aquel 28 de octubre de 1982 en el que el PSOE se alzó con mayoría
aplastante. Entonces, como ahora, la economía española se debatía en una
profunda crisis, aunque de características diferentes y, sin duda, de gravedad
muy inferior a
Pero
esa aparente similitud queda enseguida relegada, no solo porque los papeles de
los protagonistas se invierten, sino por otras múltiples disparidades.
Podríamos bautizar las elecciones de 1982 con el nombre de
En
todas las elecciones asistimos a un fenómeno curioso. Casi todas las fuerzas
políticas se proclaman ganadoras. Siempre encuentran para ello algún aspecto en
el que basarse. Pero en pocas elecciones como en esta, tales manifestaciones se
acercan tanto a
Pero,
sobre todo, es el PSOE el que tendría que reflexionar o mejor, más que
reflexionar, llevar a cabo una total catarsis, cosa a la que no parecen estar
muy dispuestos a juzgar por cómo se desarrolló el pasado Comité Federal,
ausente de cualquier atisbo de debate y de la mínima autocrítica por parte de
los responsables del desastre. Todo se limita a escudarse tras
El
primer error de Zapatero y de su séquito fue el de dar por buena la herencia
económica recibida del PP y no vislumbrar que, detrás de aquel auge, se
escondía una bomba de relojería que podría estallar en cualquier momento. Es
más, se subieron al carro de la euforia y durante sus primeros cuatro años
continuaron aplicando con gran triunfalismo la misma política, que no era
precisamente una política socialdemócrata. Por si no hubieran sido bastante las
dos reformas fiscales del PP, el PSOE implantó también la suya en la misma
línea: reducción del Impuesto de Sociedades, disminución del tipo marginal
máximo del IRPF, permisividad ante el fraude fiscal de las SICAV y, como traca
final, la suspensión del Impuesto sobre el Patrimonio.
En
su obcecación, se negaron a aceptar la crisis cuando ya era evidente y, en el
momento en que la negación ya no fue posible, miraron hacia fuera
responsabilizando de todo a las hipotecas subprime de
Estados Unidos y cerrando los ojos, una vez más, a los graves problemas que
presentaba la economía española. Incluso se jactaron de la solidez de nuestro
sistema financiero, todo él contaminado por la burbuja inmobiliaria.
El
papel representado ante Europa y ante Alemania ha sido deprimente, de extrema
debilidad, de impericia e incompetencia, llegando casi al servilismo. En un
día, por la imposición de los mandatarios europeos, modificó todo su programa
cuando lo que únicamente se estaba solventando entonces era la ayuda a Grecia.
Pero es que, en todo caso, Europa y Alemania nunca determinaron qué tipo de
ajustes había que implementar. La decisión de recortar el sueldo a los
empleados públicos y a los pensionistas y subir los impuestos indirectos en
lugar de incrementar los directos (sociedades, IRPF, rentas de capital, patrimonio,
sucesiones, SICAV, etc.) fue exclusivamente del Gobierno.
El
margen de actuación siempre es grande y las alternativas muchas. En parte por
ineptitud, el Gobierno se inclinó por lo aparentemente más sencillo, haciendo
recaer el coste de la crisis sobre las clases más bajas. Los ajustes y reformas
realizados por el PSOE estos años son de los más duros de nuestra época
democrática.