El
poder y la gloria de los políticos catalanes
Varios
diarios catalanes se han puesto de acuerdo, siguiendo tal vez instrucciones de
los políticos, para intensificar la presión sobre el Tribunal Constitucional (presión
que ya se venia ejerciendo desde hace tiempo por distintas instancias) y han
escrito un editorial común repleto de falacias políticas, errores jurídicos,
zafiedad y sectarismo.
Afirman
que será la primera vez que el alto tribunal se pronuncie sobre una ley
fundamental refrendada por los electores, pero ello es quizá porque también es
la primera vez que una parte de la clase política ha querido romper el consenso
constitucional y modificar la Carta Magna por la puerta de atrás, sin someterse
a los mecanismos establecidos.
Los
doctos periodistas, en un alarde de erudición, nos recuerdan “uno de los
principios vertebradores de nuestro sistema jurídico de raíz romana: pacta sunt servanda”. Pues bien, aquí no hay más que un pacto
radical: la Constitución, y es éste el que se ha roto en los momentos
presentes, y precisamente por todos aquellos que han defendido el Estatuto. Son
ellos los que pretenden cambiar las reglas del juego. Si no se admite la
Constitución y el Tribunal Constitucional, garante de la misma, desaparecen el
propio Estatuto y la Generalitat, que sólo son y existen al amparo de la
Constitución.
Afirman
que nuestra Constitución es abierta. Confunden este concepto con el de
flexible, condición de la que carece la Constitución española, por mucho que el
proceso autonómico se haya dejado más abierto de lo
que hubiera sido conveniente. Toda reforma precisa de un procedimiento complejo
y dificultoso, que es el que ahora se pretende evitar atajando por la puerta de
atrás y presionando al Tribunal Constitucional para que lo acepte.
Es
difícil encontrar a alguien que esté de acuerdo al cien por cien con la
Constitución. A mí, desde luego, me repelen muchos de sus elementos por
obsoletos, comenzando por la Monarquía y terminando por el sistema autonómico;
pero, como toda norma, es fruto del consenso en el que unos ceden en
determinados aspectos para que otros hagan lo mismo. Todos renuncian a sus
pretensiones máximas en aras de la concordia, por eso la concordia se quiebra
cuando se pretende romper torticeramente las reglas del juego y conseguir con
artimañas, con la coacción y el chantaje modificar el pacto constitucional.
Nuestro
sistema político, empezando por la propia ley electoral, es bastante
imperfecto. Las instituciones, entre las que se incluye el Tribunal
Constitucional, dejan mucho que desear, pero los mayores responsables de ello
son los políticos, sin que los catalanes supongan precisamente una excepción.
Pero es que además, hoy por hoy, son las únicas que tenemos. La solución estará
en perfeccionarlas, pero nunca pasar de ellas y actuar cada uno como le
parezca. Es posible imaginarse el caos que se produciría si a todos los
ciudadanos se les diese la oportunidad de cumplir tan sólo las leyes que les
gustasen o ejecutar únicamente las sentencias con las que estuvieran de
acuerdo.
Las
amenazas, el chantaje y las presiones que desde las elites catalanas se están
lanzando contra el Tribunal constitucional resultan totalmente inadmisibles,
atentan contra la libertad e independencia de esta instancia, y generarán
sospechas fundadas sobre la objetividad del veredicto si éste finalmente
resultase favorable a la constitucionalidad del Estatuto.
No
se diga que lo que se defiende es la dignidad de Cataluña. A ésta nadie la
ataca y su dignidad está a salvo; lo que se defiende es el poder y la gloria de
los políticos catalanes, emparentados desde hace muchos años con los medios de
comunicación y los intereses económicos de la región. Es sintomático el manto
de silencio que se ha extendido siempre sobre la corrupción en Cataluña,
corrupción de la que, por otro lado, todo el mundo es consciente. Lo poco que
de ella se ha sabido no se ha debido, desde luego, a la prensa de la Comunidad.
A
pesar de que, gracias a la ley electoral, los políticos catalanes se han
encontrado casi siempre con la posibilidad de chantajear –chantaje que se ha
ejercido– al gobierno nacional para obtener privilegios, a los catalanes no les
ha ido demasiado bien con la Autonomía y el autogobierno. Factores emotivos y sentimentales,
muy respetables por otra parte, de identificación con una región, se la llame
como se la llame, con una lengua y con una historia se han utilizado para exacerbar una Autonomía
que no ha revertido en ninguna ganancia especial para los ciudadanos. Más bien
todo lo contrario. La endogamia ha facilitado la corrupción, el oscurantismo y
la irresponsabilidad de los dirigentes. No es casualidad la enorme abstención
que se produjo en el referéndum sobre el Estatuto y que no recibiese ni
siquiera el cincuenta por ciento de la sanción de los ciudadanos. No, no se
defiende la dignidad de Cataluña, sino el poder y la gloria de los políticos y
de los periodistas catalanes.