El
G-20, un coro que desafina
Representantes
del 70% de la población y del 80% del PIB mundial se dan cita en Londres.
Aparentemente, cabría esperar que de una concentración de poder tan grande
surgieran soluciones para la grave crisis económica que padecemos, pero lo
cierto es que no se puede gobernar de manera asamblearia. Al igual que en otras
ocasiones, todo quedará en mera declaración de intenciones y en propuestas muy
generales, que cada país aplicará después a su modo. Aquí radica el problema y
la causa última de la crisis: haber globalizado la economía y los mercados sin
la presencia de un gobierno mundial que pueda regularlos.
Los
países llegan a la Cumbre con pretensiones muy diferentes. EEUU coloca el
acento en los planes de estímulo a la economía y en la necesidad de que todos
los países colaboren. Pide, tan sólo, que se cumpla el acuerdo adoptado en la
reunión anterior de que cada nación destine a esta finalidad el 2% de su PIB.
Según un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), únicamente cuatro
países (China, EEUU, Arabia Saudí y España) habrían aprobado un paquete de
medidas de tal cuantía.
La
Unión Europea, principalmente Alemania y Francia, se muestra
reticente y alega que los países europeos gozan de una protección social que no
es comparable con la de EEUU y que genera, mediante los estabilizadores
automáticos, una política expansiva no discrecional. Siendo esto cierto en
buena medida, no lo es menos que, paradójicamente, Europa se ha convertido en
adalid de una ortodoxia trasnochada, y resulta patético que, cuando la
deflación es ya un hecho, el miedo a la subida de los precios continúe
atenazando tanto al BCE, que mantiene una postura muy cicatera en la bajada de
los tipos de interés, como a la Comisión y a los gobiernos, pendientes aún del
Pacto de Estabilidad y paralizados por el déficit público.
Europa
pretende que la Cumbre se centre en la regulación del sistema monetario
internacional, lo que quizá resulte provechoso de cara a evitar que se vuelvan
a repetir los errores y abusos pasados, pero sin demasiada utilidad para la
tarea de salir de la crisis actual. Por otra parte, manteniendo la libre
circulación de capitales y los mercados financieros globalizados, la regulación
deviene poco menos que imposible con instrumentos e instituciones estatales, y
es difícil que sin un gobierno mundial pueda una institución internacional
actuar con verdadero poder, mucho menos si esa institución es el FMI, organismo
totalmente desprestigiado.
Todos
los participantes en la Cumbre condenarán el proteccionismo; la mayoría de
ellos, no obstante, están adoptando posturas proteccionistas, ayudas a la
industria del automóvil y a otros sectores, saneamiento de las entidades
financieras, e incluso subida de aranceles. Pero es que, además, el llamado
libre comercio entra en colisión con la diversidad en la regulación laboral y
social, la multiplicidad de sistemas tributarios e incluso con la manipulación
del tipo de cambio. Ello explica los enormes desequilibrios existentes en las balanzas
de pagos, factor que sin duda se encuentra también en el origen de la recesión.