El triángulo de
la culpabilidad
Joaquín
Almunia ha asegurado tajantemente que “lo siente por los enemigos del euro,
pero que este va a perdurar”. Así dicho suena bien y supongo que son muchos los
que desean su permanencia, todos aquellos que obtienen del tinglado notables
beneficios. Pero el voluntarismo no basta.
Hay
quien pretende explicar la situación actual con el siguiente argumento: hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades y los acreedores nos obligan ahora
a tomar una amarga medicina. Desde esta visión todos somos culpables.
Primeramente, habría que determinar quiénes son los que han vivido por encima
de sus posibilidades. Desde luego, los trabajadores no, que en casi todos los
países, y por supuesto en el nuestro, apenas mantuvieron el poder adquisitivo.
Qué duda cabe de que hay culpables. Cada país debe determinar los suyos, aunque
seguramente serán muy parecidos en todos ellos. En España podríamos hablar de
un triángulo formado por tres vértices: la UM, los banqueros y los políticos.
Los
banqueros en España se atreven a dar consejos, a exigir más y más reformas,
todas en la misma línea, desregulación del mercado laboral, recortes en los
gastos sociales y disminución y precarización de los servicios públicos. El
ministro de Trabajo tenía razón cuando afirmó que son las entidades financieras
las que se encuentran en el origen de
El
negocio no podía ser más saneado. La pertenencia al euro les proporcionaba
acceso al crédito de los mercados financieros con precios reducidos. El único
esfuerzo que debían realizar era encontrar, o si era preciso crear, demanda de
crédito en el interior. Y a ese menester se lanzaron con ahínco, compitiendo
entre ellos e intoxicando a los clientes en múltiples ocasiones. Los tipos de
interés variable y plazos de reembolso de 40 años fueron instrumentos adecuados
y sirvieron de espejismo, haciendo creer a los prestatarios que podían devolver
el crédito. Nadie les avisó de que, a esos plazos, las anualidades estaban
constituidas fundamentalmente por intereses y que podrían doblarse tan pronto
como subiesen algún punto los tipos.
Los
banqueros, esos señores con sueldos tan fabulosos, justos –según dicen– para recompensar tanta técnica y sabiduría,
cometieron errores de bulto y se han manifestado como el culmen de
Pretenden
convencernos de que solo algunas de las entidades financieras, en concreto, las
cajas, han sido las responsables. La culpabilidad, no obstante, es
generalizada. Es posible que la incompetencia o la avaricia hayan
conducido únicamente en unos pocos casos
a la quiebra de las entidades o a dificultades económicas extremas, haciendo
inevitable la inyección de fondos públicos; pero el que en otros, al menos por
ahora, estas intervenciones no hayan sido necesarias no quiere decir que sus
balances no estén dañados y que no hayan tenido que restringir fuertemente el
crédito. El gran problema de la economía española, origen del enorme desempleo
y lastre para cualquier atisbo de posible recuperación, se encuentra en el
estrangulamiento de la financiación bancaria. Son todas las entidades
financieras las que están condenando a nuestra economía al estancamiento. Son
los errores de esos cerebros tan cualificados que dirigen nuestros bancos y
cuyas remuneraciones son de escándalo los que nos han conducido a la situación
actual. Por eso resulta tan inadmisible que pontifiquen acerca de la reforma
del mercado de trabajo, cuando la única reforma verdaderamente necesaria e
imprescindible es la del sistema financiero.
Otro
vértice del triángulo de la culpabilidad lo constituye la mayoría de los
políticos, especialmente los de los dos partidos mayoritarios y de aquellos
otros que, a lo largo de estos años, les han apoyado. Pero de esto hablaremos
otro día..