La
renta per capita
La renta por habitante, variable que han
utilizado para cantar sus glorias económicas tanto los gobiernos de Aznar como
los de Zapatero, se ha reducido en el 2008 con respecto a la media europea. El
hecho no tiene nada de extraño e indica hasta qué punto era totalmente
infundado el triunfalismo de estos últimos doce años.
Algo
similar ocurrió en los gobiernos de Felipe González de la segunda parte de los
años ochenta y de los primeros noventa. También entonces desde el Ejecutivo se
vanagloriaban de los logros económicos. La renta per cápita pasó de ser el 56%
de la media europea en 1986 al 72% en 1992. Existía entonces, igual que ahora,
un cierto espejismo. El tipo de cambio de la peseta estaba sobrevalorado. El
déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos ascendía al 3% del PIB, lo
que resultaba insostenible, y nos arrastró a una crisis de la que sólo se pudo
salir a través de cuatro devaluaciones, que al mismo tiempo nos situaron en el
lugar que tristemente nos correspondía en cuanto a renta per cápita. Ésta
retrocedió hasta el 63% de la media europea, y tuvieron que pasar casi diez
años para que se recuperasen los niveles anteriores.
La
situación actual es equivalente con algunas diferencias. La primera es que el déficit
por cuenta corriente es ahora del 10%, como se puede apreciar muy superior al
de entonces, con lo que necesitaríamos depreciar nuestra divisa en un
porcentaje mucho mayor. Pero la segunda es que precisamente no podemos devaluar
por encontrarnos en la Unión Monetaria. El ajuste se trasladará ahora al campo
real, reduciéndose el crecimiento hasta que se cierre, o al menos disminuya, la
brecha entre exportaciones e importaciones.
Las
reticencias con que algunos contemplábamos la entrada de España en el euro
partían de estos temores: las divergencias en las tasas de inflación se
traducirían en un elevado déficit exterior que, antes o después y ante la
imposibilidad de devaluar, nos sumirían en una profunda recesión. ¿Cuánto
tiempo va a necesitar la economía española para recuperarse y volver a ser
competitiva?
La diferencia
principal entre el ajuste en el ámbito monetario, vía tipo de cambio, y en el
ámbito real, mediante la depresión de la economía, radica en la forma en que
los costes se distribuyen. En el primer caso, la renta per cápita disminuye
respecto al resto de los países, es decir, el país entero se empobrece frente
al exterior, todas las rentas se reducen más o menos por igual. En realidad, el
empobrecimiento viene a ser casi únicamente nominal, ya que tan sólo desaparece
el espejismo de una moneda sobrevalorada. En el segundo caso, mediante el
debilitamiento de la economía, las pérdidas se distribuirán de una manera muy
desigual; afectarán principalmente a los trabajadores a través del incremento
del paro y la reducción de salarios.
Bien es verdad que
las cosas podrían haber ido en otro sentido y que las reformas estructurales en
los mercados de bienes y servicios, especialmente de servicios, tendrían que
haber evitado el diferencial de inflación, pero esto, como se ha comprobado,
era mucho esperar. Aquí sólo se reforma el mercado laboral. El reto no estaba
tanto en entrar en la Unión Monetaria, como se nos quería hacer creer -lo que
era una mera decisión política, debido a que dado el voluntarismo de los
mandatarios europeos se aceptó flexibilizar los criterios y admitir a todo país
que quisiese adentrarse en la aventura-, como en mantenerse dentro de la Unión
sin que antes o después surgiesen los enormes problemas a los que vamos a
enfrentarnos ahora.