Limitar por ley
el gasto público
En
medio de este tsunami que ha alcanzado a la eurozona y que va a terminar por
barrer todos los fundamentos del Estado social, el presidente del Gobierno ha
anunciado ocho nuevas medidas de las que los medios de comunicación social han
resaltado dos: el plan para aflorar la economía sumergida y el establecimiento
por ley de un límite al gasto público. Mi favorita es la de los siete sabios
que van a formar la comisión asesora para vigilar
Ahora,
Zapatero nos quiere hacer competitivos a base de sabios, de sabios y de limitar
el gasto público. Ya no es suficiente con el déficit. Por fin se destapan las
verdaderas intenciones de los defensores de la estabilidad presupuestaria. No
se trata de condenar el déficit sino el gasto público. Cunde la teoría de que
toda actividad pública es ineficaz y que solo el sector privado es productivo,
lo cual no deja de ser chocante cuando se analiza la naturaleza de la mayoría
de los gastos públicos: educación, infraestructuras, sanidad, justicia, etc.,
todos ellos tremendamente necesarios para el desarrollo económico social.
Hace
ya bastantes años que Galbraith pronosticó que las transformaciones sociales
que se estaban produciendo: incorporación de la mujer al mundo laboral,
incremento de la esperanza de vida, etc., implicaban una redistribución del
consumo hacia bienes públicos, destinándose paulatinamente a esta finalidad una
mayor proporción del PIB. Bien es verdad que tal transformación supondría un
incremento de la presión fiscal. Y esto es, precisamente, a lo que se opone el
pensamiento único, que nunca ha sido tan único como ahora, ya que parece que
engloba también a los partidos socialdemócratas. Su objetivo es desterrar toda
política redistributiva.
La
medida, por otra parte, solo tiene el valor (y ya es mucho) de una declaración
de intenciones. La pretensión de introducir la limitación por ley resulta una
simpleza y carece de efectividad, porque las leyes de presupuestos tienen la
misma categoría jurídica que la norma que pudiera establecer la limitación y
tendrán capacidad, por tanto, para modificar esta en cualquier momento. La
disposición es una mala copia de una antigua aspiración neoliberal, la de
incluir una cláusula constitucional, pero entonces ciertamente no es una
simpleza, pero sí una salvajada. Constitucionalizar
una política que por su naturaleza debe ser flexible conduce a enormes
problemas. La prueba más palpable la brinda el Estado de California, al borde
de la quiebra por haber querido limitar la presión fiscal en su Constitución.