Denostada proporcionalidad

Tertulianos y comentaristas hubo que la semana pasada alcanzaron las mayores cotas de indignación al conocer que en el Parlamento vasco se había acordado reducir del cinco al tres por ciento el porcentaje de votos necesario para obtener representación parlamentaria. Hablaron de precio, lucubraron con la traición de Unidad Alavesa, y consideraron la medida como una contrapartida que el PNV había tenido que pagar para lograr el apoyo de los partidos minoritarios en las mociones de censura.

Obsesionados por la problemática nacionalista, se han vuelto incapaces de juzgar cualquier asunto desde otra óptica. Participan de la teoría de la conspiración, tan frecuente en nuestros lares. No les importa tanto la equidad de las medidas cuanto las ocultas intenciones que suponen en aquellos que las aprueban. Lo cierto es que Unidad Alavesa terminó votando a favor de las mociones de censura, dejando así en ridículo a tanto mal intencionado.

Al margen de fatuas sospechas y regates políticos de corto alcance, la modificación introducida por el Parlamento vasco con los votos en contra de socialistas y populares se inscribe, sin embargo, en la más pura lógica democrática. Es más, para ser consecuentes deberían haber eliminado toda limitación. Resulta difícil justificar por qué el no alcanzar un porcentaje mínimo fijado arbitrariamente debe conducir a despojar a una fuerza política de los diputados que le corresponden, de acuerdo con los votos obtenidos, para cederlos gratuitamente a los partidos mayoritarios.

Se nos llena la boca hablando de demócratas, pero nuestras leyes electorales están plagadas de cláusulas de este tenor que desvirtúan la democracia. Hemos olvidado incluso su origen. El pasado 19 de septiembre, Victoria Prego nos lo recordaba de forma casual en este periódico al escribir el obituario de Cruz Martínez Esteruelas. Fue el precio, entre otros, que hubo que pagar a las fuerzas franquistas para que aprobasen la Ley para la Reforma Política: elementos correctores de la proporcionalidad, la provincia como circunscripción y un número mínimo de escaños por cada una de ellas. Atado y bien atado. He ahí el origen de nuestro sistema político. La causa del actual bipartidismo. Las cosas habrían podido ser de otra manera, pero nos guste o no nuestra democracia ha estado hipotecada desde el comienzo.