Salir de la encrucijada

En tiempos electorales todo el mundo echa la casa por la ventana: ofertas, promesas y compromisos, que son olvidados tan pronto como pasan las elecciones. Las elecciones autonómicas y provinciales se desvanecen ya en la lejanía y, por eso, Esperanza Aguirre dice diego donde dijo digo. Que si los extranjeros, que si los de las otras Comunidades –aquí todos nos vamos a volver nacionalistas—, que si las cataratas o los juanetes. Vamos, que ni las listas de espera se arreglarán ni la Espe dimitirá.

Ahora estamos en las generales y son los candidatos nacionales los que entran en la subasta de ofertas. El neoliberalismo económico aborrece el gasto público, lo que en tiempo electoral le lleva a una encrucijada de difícil salida. Cómo apuntarse a la cascada de obsequios sin reconocer que va a incrementar las obligaciones presupuestarias. Hace tiempo que se inventaron los gastos fiscales. Tienen la ventaja de parecer etéreos, incorpóreos. Se ocultan como minoración de impuestos, cosa que en los momentos que corren de puro nominalismo bobalicón; es dar un salto de lo abominable a lo sublime.

Si hay que ayudar a los incapacitados o aumentar la protección a la familia -que en tiempos tan religiosos se lleva mucho-, o facilitar la incorporación de la mujer al mundo laboral, nada de prometer servicios públicos, nada de guarderías ni prestaciones asistenciales a la tercera edad ni siquiera, lisa y llanamente, subvenciones directas. Nada de eso. Exenciones y desgravaciones fiscales. Porque verá usted, si se ayuda a una familia con cien euros a través del presupuesto de gastos, se encienden todas las señales de alarma y se pronostica todo tipo de calamidades: el incremento en el gasto público traerá más déficit y éste a su vez será la causa de la inflación, de recesión en la economía y de desempleo. Pero todo cambia en cuanto a esa misma familia se le bajan cien euros los impuestos: los dones y las bendiciones se multiplicarán por doquier, y la prosperidad y la riqueza nos visitarán. Porque no crea usted que la recaudación disminuirá, no; al contrario, se incrementará y ya no habrá déficit sino superávit, se incentivará el crecimiento económico y el desempleo se reducirá.

Pero además si la ayuda la introducimos como desgravación en la base imponible del IRPF, por ejemplo como incremento del límite exento, habrá dejado de ser igual para todas las familias. Los cien euros se habrán convertido para las rentas altas en mil, en cinco para las rentas bajas, y para los más necesitados en cero, puesto que debido a su escasa renta están exentos del gravamen. Todo tal como mandan los cánones de un adecuado reparto. Al que más tiene se le dará y al que menos tiene se le quitará. ¿Alguien dijo encrucijada? Con lo fácil que es romper el nudo gordiano.