Anverso y reverso

El nuevo año nos ha traído el euro. Todo el mundo habla de ello. En especial los mandatarios internacionales, que con papanatismo encomiable se han apresurado a proclamar a bombo y platillo el entusiasmo social que, según ellos, ha producido el fenómeno. Todos, desde el primer momento, se han referido a la euroeuforia, aun cuando las transacciones en euros hubiesen alcanzado tan sólo el 14%, cosa por otra parte lógica, en los primeros días.

Con un triunfalismo sin medida han reiterado, una y otra vez, que la buena aceptación y acogida habían desbordado todas las expectativas. Uno, un poco asombrado, no puede por menos que preguntarse que es lo que esperaban, ¿acaso una sublevación popular, o una sonada?, ¿manifestaciones en la calle a favor de la peseta? Según ellos el entusiasmo por la nueva moneda se demuestra en las colas que han afectado a bancos y más concretamente al Banco de España. Curiosa manera de interpretar tales fenómenos. Porque las esperas y aglomeraciones pueden tener su causa, ciertamente, en una desmesurada demanda, pero también en una insuficiente oferta, es decir, en una inadecuada planificación de los servicios necesarios.

Si hay que hablar de algo, es de improvisación e incompetencia, al menos en nuestro país. Han funcionado menos cajeros automáticos de los precisos y, además, en muchos de ellos sólo se proporcionaban billetes grandes, inútiles para las pequeñas transacciones. Bastantes comercios carecían del cambio suficiente, o los bancos no se lo reponían en la medida necesaria. Las entidades financieras no reforzaron sus servicios ni en horario, ni en personal. ¿Cómo no iba haber colas, si éstas, con frecuencia se dan ya en los bancos en los días normales?

Pero no caigamos en el otro extremo, y no exageremos tampoco los problemas. Ni euroeuforia, ni caos. Todo lo que está ocurriendo es hasta cierto punto normal, normal en los pasos iniciales de un cambio radical, al menos en los usos y costumbres de las personas. Nada de entusiasmo. En unos, curiosidad, en otros, paciencia y resignación ante lo irremediable, en los más, un cierto miedo e inquietud ante lo desconocido y nuevo, con el deseo de enfrentarse a ello lo antes posible. Todo era previsible y lógico en estos primeros días. Aun es muy pronto para hacer balance; por eso resultan tan ridículas esas arengas triunfalistas. Tan sólo al final de la implantación podremos juzgar el resultado y, sobre todo, conocer el impacto que ha podido causar en el comportamiento de los precios.

Pero el año nuevo nos ha traído también otras novedades de las que casi no se ha hablado. Por ejemplo, la revisión del salario mínimo interprofesional. Apenas se ha comentado que un año más, el Gobierno, ha incumplido las prescripciones del Estatuto de los Trabajadores, y no ha negociado este tema con los agentes sociales. Se ha limitado a escucharles. Pero, pensándolo bien, ¿para qué iba a perder el tiempo en la negociación, si tenía ya predeterminada su decisión de que el salario mínimo interprofesional también perdiese poder adquisitivo este año?

Desde 1980, esta variable - que no sólo afecta a los salarios más bajos sino también a determinadas prestaciones sociales tales como el subsidio por el seguro de desempleo y que es considerada por la OIT como un indicador básico del estado social de un país- , ha crecido 13 puntos menos que los precios, con la consiguiente pérdida del poder adquisitivo.

El hecho es tanto más escandaloso cuanto que el Estatuto de los Trabajadores, en su artículo 27.1, no sólo establece que la cuantía del salario mínimo se fijará anualmente de acuerdo con la evolución de la inflación, sino también en relación con los incrementos de la productividad y con la coyuntura de la economía, de manera que los más desfavorecidos laboralmente no sólo no pierdan poder adquisitivo sino que participen también, si lo hubiera, del crecimiento económico.

La Carta Social europea, ratificada por España, establece que la cuantía del salario mínimo interprofesional se equipare al 60% del salario medio. Atendiendo a este porcentaje, nuestro país se encuentra a la cola de los países de la Unión, y se aleja nada menos que 24 puntos de ese 60%.

Como se ve, somos europeos únicamente para el euro y para los precios, pero no para los salarios y para los distintos capítulos de protección social. Cara y cruz. Anverso y reverso.