Los emigrantes: ejército de reserva

Todos los historiadores están de acuerdo en califican al XIX como el siglo de la gran expansión europea, de su relanzamiento. Pero también todos destacan que este auge vino fundamentado en la explotación y empobrecimiento de la periferia, de otros países y de otros continentes, que recibieron el nombre de colonias.

Tal situación no ha cambiado sustancialmente en el siglo XX, excepto por la incorporación de nuevas naciones - especialmente Japón y Estados Unidos- al grupo de las privilegiadas, y porque ahora los mecanismos de expoliación se han hecho mucho más sofisticados; pero ello no es óbice para que la riqueza y opulencia del mundo desarrollado tengan su origen en unas relaciones de producción e intercambio que condenan a más de las cuatro quintas partes de la humanidad a la más absoluta miseria.

La brecha entre el mundo próspero y satisfecho y los países pobres se hace cada vez más honda. El mismo Banco mundial señalaba en su último informe "sobre el desarrollo humano", que la relación entre el ingreso de los países más ricos y el de los países más pobres se encontraba en torno de tres a uno en 1820, de 35 a 1 en 1950, de 44 a 1 en 1973 y de 72 a 1 en 1992. Esta situación puede calificarse como se quiera, excepto de estable, y resulta difícil imaginar que pueda mantenerse a largo plazo. Cada vez, también, la presión migratoria de los pueblos indigentes sobre las naciones opulentas será mayor.

Aun cuando uno huya de practicar cualquier anticipación profética, lo cierto es que la situación actual recuerda mucho a los tiempos postreros del imperio romano, cuando los "bárbaros" (extranjeros) empujados por el hambre presionaban sobre las "marcas" (fronteras) del imperio. Hoy, el primer mundo se ve forzado también a rodearse de alambradas y murallas, intentando detener a los movimientos migratorios. Acción estéril. El efecto llamada no se encuentra en ninguna ley más o menos permisiva. Resulta bastante patético y trágico al mismo tiempo, contemplar al Delegado del Gobierno para la emigración empecinado, ante el espectáculo dantesco de diez africanos ahogados en el Estrecho, en continuar echando la culpa a la anterior ley, que ni siquiera está ya en vigor.

No existe efecto llamada, lo que sí hay es efecto huida. Huyen de la miseria, del hambre, de unas condiciones sociales y políticas que les condenan a vivir como animales. Ahí tenemos lo que está ocurriendo en el Ecuador estos días, donde la policía dispara con fuego real contra los indígenas, incluso contra niños de poca edad. La dolarización, las duras condiciones económicas impuestas por el Fondo Monetario Internacional y por las instituciones financieras internacionales, hunden más y más a la mayoría de la sociedad en la indigencia.

Existe efecto desesperación, efecto estampida. La situación de partida es tan insoportable que no tienen inconveniente en enfrentarse y enfrentar a sus hijos con la muerte en el Estrecho. Para los que asumen tal riesgo, resulta inútil pretender disuadirles con leyes más o menos rígidas.

Difícilmente puede darse mayor contradicción que la de un ministro del interior que al tiempo que alaba la excelencia de una nueva ley reconoce abiertamente la imposibilidad de aplicarla. La repatriación de todos los emigrantes en situación irregular resulta, desde luego, inviable entre otras razones porque en la mayoría de los casos no se sabría a qué país devolverles ya que con la astucia de los pobres tienen buen cuidado de que no se pueda identificar su nacionalidad.

Ley inaplicable, pero eso , deja a masas enormes de emigrantes en situación irregular, privados, por tanto, de derechos fundamentales y a la merced de empresarios desaprensivos dispuestos a explotarles laboralmente. Por si no fuese bastante las condiciones de desvertebración en que se ha sumido en nuestro país al mercado de trabajo, ahora se crea un nuevo ejército de reserva, obligado a trabajar por lo que quieran pagarle y en las condiciones más perentorias posibles. Pero el PIB español continuará seguramente incrementándose.