Consecuencia de las privatizaciones

Lo he leído en la prensa “La compañía Iberia se ha decantado por seguir el modelo de aerolíneas de bajo coste para ganar competitividad”. Afirma que reducirá el servicio a bordo, ¿todavía más? y lo que no afirma, pero uno sospecha, es que también se va a reducir la seguridad.

Desde su privatización una serie de noticias alarmantes han venido apareciendo en la prensa: retrasos y cancelaciones injustificadas, aviones con las bodegas inservibles cuyo uso prohíbe aviación civil y que obliga a que el equipaje viaje en aviones distintos a los de los pasajeros, violando así todas las normas de seguridad; jumbos que chocan contra las pasarelas de embarque, aeronaves que tras despegar se ven obligadas a regresar por problemas en los motores, y otra serie de acontecimientos similares que afortunadamente terminan en un simple susto para los viajeros, pero desconocidos en la larga historia de la compañía de bandera española.

Y es que cuando la cuenta de resultados se convierte en el principal objetivo de una empresa que administra un servicio público, se resiente lógicamente la calidad de éste. Se abaratan costes, pero a condición de reducir las prestaciones e incluso la seguridad. Desde luego dejará sin cubrir todos aquellos servicios que no sean rentables, por más que socialmente sean necesarios.

Gran Bretaña después de privatizar sus ferrocarriles se va a ver obligada de nuevo a nacionalizarlos una vez que han quedado descapitalizados y casi inservibles.

En nuestro país hemos privatizado las comunicaciones, pero cada poco se nos dice que hay sobrecarga en la red, lo que en román paladino significa que no se han realizado las inversiones necesarias para adecuarlas a la demanda. Y ¿por qué se iban a realizar si los abonados continúan pagando sus cuotas sea cual sea calidad del servicio? Y, qué decir de la telefonía móvil en la que las compañías no paran de suministrar nuevas líneas sin que apenas se incrementen las infraestructuras inexcusables. Lo de obtener cobertura comienza a transformarse en una odisea, casi tan difícil como que a uno le hagan caso en uno de esos servicios telefónicos de atención al cliente.

Las eléctricas, incluso van más allá y no tienen reparos en chantajear al gobierno, advirtiéndole que no están dispuestas a realizar las inversiones precisas si las tarifas no se ajustan a sus conveniencias. El gobierno cede y donde ayer dijo digo hoy dice diego, y eleva los precios de la energía después de haber prometido solemnemente su reducción.

El partido socialista en esa nueva etapa de acosar al gobierno ha escogido como uno de los temas estrella las privatizaciones, pero me temo que orientan sus dardos más bien a la forma de realizarlas que al problema de fondo. Es posible que desde la óptica de la rentabilidad electoral la acusación de corrupción o de favorecer a los amigos produzca sus frutos; pero al margen de estas reyertas políticas, el tema de las privatizaciones es de bastante más calado que el de la simple corrupción o el favoritismo.

En los últimos doce o quince años, los distintos gobiernos han liquidado casi en su totalidad el sector público empresarial español. Se afirmó que las privatizaciones iban en beneficio de los consumidores. Hoy podemos ya comenzar a ver las consecuencias. La competencia prometida no ha aparecido en ninguno de los sectores, como era previsible por las propias características de éstos. Como mucho se pretende crear artificialmente en alguno de ellos un remedo de concurrencia. Los precios, lejos de reducirse, se han incrementado, y los servicios se han deteriorado. Es lógico pensar que la aplicación exclusiva del criterio de rentabilidad económica conducirá a mayores desequilibrios regionales, abandonándose zonas geográficas en las que los servicios no son rentables.

Habrá que recordar que los servicios privatizados pertenecen, todos ellos, a sectores estratégicos tanto para satisfacer las necesidades de los ciudadanos como para la correcta marcha de la economía nacional. Su mal funcionamiento, su deterioro y la carencia de inversiones, pueden influir muy negativamente a medio y largo plazo en el desarrollo económico. Todos estos sectores conforman el tejido necesario para que la actividad productiva se desarrolle.

La CEOE acaba de realizar un informe en el que achaca la pérdida de competitividad al desfase tecnológico. Es posible que tenga razón, y en principio es una buena noticia que comiencen a entender que la competitividad en el futuro no se podrá basar en una mano de obra barata y precaria. El actual modelo de crecimiento se ha sustentado, en parte, en salarios e impuestos inferiores a los del resto de Europa y en peores condiciones laborales. Pero a partir de ahora, especialmente si la ampliación se lleva a cabo, nuestra ventaja comparativa tendrá que centrarse mucho más en la tecnología, en la inversión, en las infraestructuras, etc.

No obstante, la CEOE olvida que, desde las privatizaciones, gran parte de la responsabilidad de hacer competitiva nuestra economía ha pasado del gobierno a manos privadas. Ahí está el peligro. Dentro de muy poco comenzaremos a percibir las consecuencias desastrosas de haber entregado los sectores estratégicos de la economía a la lógica de la rentabilidad privada y del mercado