Los Alcaldes 

Entre un monopolio y un oligopolio apenas existe diferencia. Es más, puestos a distinguir, quizás sería preferible el primero; no engaña a nadie, ni disimula ni encubre la falta de competencia. Los monopolios privados difícilmente se toleran, en cambio a menudo se pretende hacer pasar a los oligopolios por mercados libres en los que reina la concurrencia.

El oligopolio cierra drásticamente la posibilidad de elección, pero su gravedad no reside sólo en el reducido número de oferentes sino que éstos, persiguiendo el máximo beneficio, tienden a la concertación y a la confluencia, y en el fondo representan ofertas muy similares que entran en competencia únicamente en elementos secundarios.

Algo parecido ocurre en política. El bipartidismo es tan sólo la máscara de una nueva dictadura; instala un juego perverso, una apariencia de pluralismo político, de democracia, pero sólo en apariencia, ya que en realidad los ciudadanos se ven impelidos a escoger entre dos opciones casi idénticas.

La propia dinámica del bipartidismo fuerza a que las dos formaciones políticas converjan. Cada una de ellas, buscando el éxito electoral, pretenderá adecuarse a las creencias y hábitos de la mayoría de la población y rechazará defender cualquier cambio o innovación que lógicamente la apartaría de esa mayoría natural que se disputan. En este sentido, ambas se ven forzadas a constituirse como conservadoras. No coinciden, como se dice con frecuencia, en el centro sino en la derecha, ya que es la derecha económica la que mediante el control de los medios de comunicación y de otros centros de emisión ideológica configura la opinión pública mayoritaria.

Existe una relación inversa entre bipartidismo y democracia. Cuanto más se consolida aquel, más se diluye ésta. El sistema se hará tanto más democrático cuanto más se propicie el pluralismo político y se haga viable -no sólo en teoría sino también en la práctica- la existencia de múltiples formaciones políticas.

Nuestro sistema es proporcional, con lo que puede parecer garantizado el pluralismo. Pero no es así. Con el pretexto de la gobernabilidad, se han introducido tales correctivos que dificultan, cuando no hacen imposible, la existencia de los partidos minoritarios, a no ser los de carácter nacionalista o los regionales. Pero es que, además de los correctivos, existen las corruptelas. Los medios de comunicación trastocan la realidad y logran que en la opinión pública, por ejemplo, las elecciones generales, comicios para designar la composición del Congreso, se transformen en lo que no son, elecciones presidenciales. En la práctica, el sistema proporcional se convierte en mayoritario. El voto útil hace el resto. Las fuerzas minoritarias pueden ser muy útiles en la composición de una Cámara, pero dejan de serlo si lo que se elige es el presidente del Gobierno. Algo similar ocurre con las elecciones municipales y los alcaldes.

Ahora, en la órbita del poder local se pretende un paso más. El PSOE ha propuesto, y el PP no ha hecho ascos a tal planteamiento, la elección directa de los alcaldes. Lo que a primera vista puede parecer como una medida tendente a hacer más democrático el sistema es en realidad un retroceso. El voto útil expulsará aún más a los partidos minoritarios y forzará la concentración de las fuerzas políticas.

Cuando se habla de la partitocracia y de la falta de democracia interna en las formaciones políticas, tal vez no caemos suficientemente en la cuenta de que la dictadura de los aparatos se sustenta en la imposibilidad de abandonar el partido y continuar haciendo política. "Extra ecclesia non est salus". Ni existen otros partidos en los que refugiarse ni es posible su creación. El mercado político es absolutamente cerrado y, en cierta forma, cautivo de muy pocas formaciones políticas. Situación ideal para que, gane quien gane, siempre ganen los mismos.