El impuesto sobre el patrimonio y la izquierda

En otros tiempos, se solía afirmar que no hay nada más tonto que un obrero de derechas. Hoy diríamos que no hay nada más estúpido que un partido de izquierdas apropiándose el discurso y las propuestas del neoliberalismo económico. Viene esto a cuento de la ocurrencia del secretario general del partido socialista madrileño que, sin encomendarse a Dios ni al diablo, ha instado a la presidenta de la Comunidad de Madrid a eliminar el impuesto de patrimonio.

El hecho sería bastante chocante si no fuera porque nos tienen curados de espanto. Al fin y al cabo, continúa tan solo la línea iniciada con aquella consigna de que “bajar los impuestos es de izquierdas” o la de proponer el tipo único para el IRPF. La frivolidad y la estulticia parecen no tener límites. Lo peor es que se le hace el juego a las fuerzas conservadoras al asumir sus mismos argumentos, haciendo pasar por medidas progresistas las que son profundamente reaccionarias.

Se afirma que este impuesto es injusto porque grava a las clases medias y no a los realmente ricos, ya que estos poseen sociedades. Ahí queda eso. Piensan que han puesto sobre el tapete un argumento concluyente. Y lo cierto es que todo el mundo lo repite como si fuese un axioma incuestionable; y lo aplica al impuesto sobre el patrimonio, al de sucesiones, al de la renta, sirviendo de pretexto para bajarlos. Los ricos, es verdad, suelen tener su patrimonio en sociedades, pero no lo es menos que estas sociedades no flotan en el aire sin dueño. El patrimonio de las clases elevadas es precisamente la participación en tales sociedades interpuestas cuyo valor se puede calcular perfectamente. Si sirven de escapatoria será, en todo caso, porque con ideas tan progresistas como la anterior se han abierto en la legislación agujeros para que se escapen.

Por otra parte, no sé qué noción tiene el señor Gómez de clase media. Desde luego difícilmente el gravamen les será aplicable a la mitad de los asalariados de Madrid quienes, según un estudio de CCOO, no llegan ni siquiera a ser mileuristas. Cuando únicamente 169.000 madrileños tributan por el impuesto sobre el patrimonio resulta difícil calificar a este colectivo de clase media. Además, nada impide elevar el límite exento tanto como se quiera y se estime conveniente y modificar la normativa para eliminar, si los hubiese, los subterfugios de evasión fiscal.

El impuesto sobre el patrimonio, al igual que el impuesto de sucesiones, es una pieza clave en un sistema fiscal equitativo y moderno, tan fundamental que las fuerzas económicas han trabajado siempre para eliminarlo o al menos desactivarlo todo lo posible. Se afirma que el impuesto es injusto porque incurre en doble imposición. Lo de la doble imposición es el argumento de moda; y es que, entendida en un sentido lato y abusivo del término, todos los impuestos incurren en doble imposición con algún otro tributo desde el momento en que el flujo de renta es circular y el dinero que se ingresa o bien se dedica al consumo o bien al ahorro. ¿Acaso el IVA no constituiría también un caso de doble imposición, puesto que los recursos que gastamos antes los hemos ingresado y han sido gravados por el impuesto sobre la renta? ¿Y qué decir del impuesto de trasmisiones patrimoniales, o del IBI, o de los impuestos especiales? Entendida así la doble imposición forzaría a que el sistema fiscal se redujese a un solo impuesto. Supongo que algunos escogerían el de puertas y ventanas. Ese sí que es un impuesto moderno.

Un sistema fiscal equitativo y adecuado busca gravar la capacidad económica del contribuyente. Cada figura tributaria, con peor o mejor fortuna, de manera más exacta o más burda, pretende incidir en alguno de los aspectos en los que se manifiesta esa capacidad económica. El impuesto sobre patrimonio es de los que mejor captan esta variable y resulta complementario del impuesto sobre la renta, al tomar en consideración aspectos que este no tiene en cuenta. Considérese a dos personas con la misma renta, pero mientras que los ingresos de una provienen del trabajo personal los de la otra se originan en las ganancias de su patrimonio. La situación económica no es la misma. La falta de patrimonio hace a la primera mucho más vulnerable que a la segunda. Deben ser gravadas, por tanto, de forma distinta. Claro que este argumento no tiene demasiada relevancia para un discurso que juzga también progresista gravar menos las ganancias de capital que las rentas de trabajo. Por otro lado, existe toda una serie de bienes suntuarios e inactivos que no producen ninguna renta y que nunca tributarían a no ser por el impuesto de sucesiones o el de patrimonio.

Es un hecho evidente que el sistema capitalista puro tiende a la concentración del capital y al progresivo incremento de las desigualdades Por eso resultan imprescindibles, y así se asumió en las economías llamadas mixtas, determinados instrumentos que compensasen y corrigiesen tales tendencias nocivas. El impuesto de sucesiones y el del patrimonio están entre ellos. Hoy, bajo el imperio del neoliberalismo económico se quiere retornar, dígase claramente, al capitalismo salvaje del siglo XIX, por ello sobran y deben eliminarse los tributos anteriores. Pero, por favor, al menos téngase la decencia de no decir que se trata de una medida progresista.