La economía, medio llena o medio vacía

Hay que ver cómo la gente cambia de opinión en función de si están en el poder los suyos o los contrarios. Cuando gobernaba el PP, a los economistas de la derecha todo se les iba en encomios y requiebros respecto a la marcha de la economía. Ahora , sin embargo, todo son desequilibrios, incertidumbres y riesgos. Aquel que observe objetivamente la realidad económica tendrá, no obstante, que llegar a la conclusión de que apenas ha cambiado. Las tasas de crecimiento son iguales o superiores que entonces y la creación de empleo, más o menos igual. Los peligros e incertidumbres actuales existían también hace dos años: crecimiento basado en el consumo y la construcción, fuerte endeudamiento de las familias, baja productividad, diferencial de inflación con respecto al resto de los países europeos y un enorme desequilibrio en la balanza por cuenta corriente.

Todo es igual que antes de la llegada de Zapatero al poder, los mismos datos positivos pero los mismos nubarrones para el futuro, lo cual, bien mirado, es lógico, ya que existe una continuidad casi perfecta en la política económica. Por eso resulta absurdo que algunos mantengan ahora un discurso tan distinto del anterior. En aquel periodo no querían admitir la menor sombra, y ahora no ven más que oscuridad y tinieblas. Ciertamente, cada año que pasa (igual da con gobierno popular o socialista), los desequilibrios son mayores y los peligros más inmediatos.

Aun a riesgo de pecar de vanidoso, tengo que afirmar que fui uno de los pocos que se atrevieron a poner un contrapunto al clima de euforia y triunfalismo que se vivía en materia económica en aquellos años. Es más, inmediatamente después del triunfo electoral del PSOE, escribí un artículo en el diario El Mundo en el que, contraviniendo la opinión unánime acerca de los muchos éxitos económicos del PP, advertía al nuevo Gobierno de que, si asumían ese clima de optimismo sin señalar los puntos débiles, tendrían que sufrir en solitario el coste de la futura crisis. Porque, como penitencia al pecado de vanidad que acabo de cometer, también tengo que confesar que yo esperaba la llegada de la crisis de forma más inmediata, y ésta sin embargo parece dilatarse en el tiempo. Misterios de la realidad económica. Afirmamos con rotundidad que un modelo no es sostenible a medio plazo, pero lo cierto es que año tras año se va manteniendo. Ahí está como ejemplo el déficit exterior de EEUU.

El caso español es bastante parecido. Nuestro crecimiento económico es en cierta manera un crecimiento a crédito, financiado no tanto por la renta del presente sino por el endeudamiento de las familias (en EEUU, también por el endeudamiento del sector público), que pesará como una losa sobre el futuro; un crecimiento cimentado en el consumo y en la construcción, un crecimiento que crea mucho empleo pero de una bajísima calidad, lo que conduce a unas tasas de productividad ínfimas, cercanas a cero. Los incrementos de la demanda de consumo y construcción deben ser muy superiores al del crecimiento económico para compensar el déficit exterior fuertemente negativo. Todo parece indicar que el modelo es insostenible.

En esa campaña tendente a airear ahora los puntos negativos de la realidad económica, los diarios españoles se han hecho eco de las declaraciones de Michael Mussa, antiguo directivo del FMI, quien ha manifestado que sólo la Eurozona salva a España de una crisis financiera, pero que, antes o después, ésta se producirá. El análisis es correcto, excepto porque señala como instrumento de salvación lo que precisamente constituye la causa del problema. Si la amenaza aparece como grave es porque, al pertenecer a la Unión Monetaria , resulta imposible la depreciación de la moneda.

El estrangulamiento de nuestro crecimiento económico ha estado tradicionalmente ocasionado por el déficit del sector exterior y en cierta medida provocado por los diferenciales de inflación con respecto a nuestros competidores, con la consiguiente necesidad de devaluar la moneda para recomponer el equilibrio. Cuando algún gobierno se ha resistido contra viento y marea a depreciar la divisa, la crisis ha adquirido dimensiones alarmantes. Así ocurrió a principios de los noventa cuando el entonces ministro Solchaga se empecinó en mantener la peseta en el Sistema Monetario Europeo a un tipo de cambio irreal. El mercado finalmente impuso cuatro devaluaciones colocando nuestra moneda en una paridad más realista, lo que permitió la salida de la crisis.

Han sido estos razonamientos los que en buena medida han fundamentado la postura crítica que algunos mantuvimos y aún mantenemos frente a la Unión Monetaria. La existencia de una misma política monetaria y de una sola moneda no garantiza la igualdad en las tasas de inflación, pero sí impide que se pueda reconstruir el equilibrio perdido mediante modificaciones en el tipo de cambio. Desde nuestra incorporación al euro, nuestro país ha ido presentando sucesivamente diferencias negativas en la tasa de inflación con el resto de las economías de la zona, lo que ha supuesto una pérdida de competitividad. Las cuatro devaluaciones de principios de los noventa permitieron que la peseta entrase en la Unión Monetaria a un cambio bastante favorable, dotando a nuestra economía de un colchón en los primeros años, colchón que se fue agotando según los precios de nuestro país se incrementaban en un porcentaje mayor que el de nuestros competidores.

Los que en los momentos presentes se deleitan en enumerar los puntos débiles de la situación económica deberían explicar las causas, en especial por qué tenemos tasas de inflación superiores al resto de los países. La razón, desde luego, no se encuentra en la aplicación de una política monetaria excesivamente laxa, dado que ésta es idéntica para todos los países; tampoco, como se suele afirmar, en el déficit público, ya que es inexistente o incluso presenta saldo positivo; mucho menos en la falta de moderación salarial, puesto que el incremento nominal de los salarios viene siendo muy inferior al incremento nominal del PIB. El origen hay que buscarlo en el desmedido incremento de los beneficios empresariales en algunos sectores cuyos mercados están protegidos de toda competencia, al tiempo que se han dejado totalmente desregulados.