Para septiembre

De cómico hay que calificar ese afán de algunos comentaristas por las recetas milagrosas con las que regenerar nuestra, aunque joven, ajada democracia. Que si listas abiertas, que si limitación de tiempo en los cargos, que si primarias... Llevamos mucho tiempo hablando de la politización de la justicia. Se confunde, me parece, política con politiqueo, con sectarismo. Porque ¿cómo no va a ser política la justicia, si constituye, según dicen, el tercer poder del Estado? Por otra parte, lo de apolítico me ha parecido siempre quimérico, y bastante sospechoso.

El problema de los jueces - de algunos jueces- , no es que sean políticos, sino que han sido sectarios, secuaces, dispuestos a apoyar incondicionalmente a sus amigos, o a cebarse con sus enemigos. Pero pensar que la raíz de todos los males se encuentra en la forma de elegir al Consejo General del Poder Judicial es de una admirable inocencia. ¿Es que acaso las asociaciones de jueces no participan de los mismos vicios que los partidos políticos? El remedio es ineficaz, pero además tiene contraindicaciones: el corporativismo, lacra poco desdeñable en el actual estado de cosas. Abandonar el gobierno de los jueces en manos de otros jueces es renunciar a toda reforma de la justicia.

El modo de elección pactado por el PSOE y el PP tiene la virtud de unir lo malo de ambas soluciones. El problema del Consejo General del Poder Judicial, al igual que el del Tribunal Constitucional, el del Tribunal de Cuentas y demás instituciones que deberían ser objetivas e independientes, no está tanto en ellas cuanto en la estructura misma de nuestro sistema democrático, sustentado en un bipartidismo desideologizado.

Hemos retornado a las dos españas, pero poco que ver con las de antaño. La división no está en función de las ideologías, de los valores o de los principios, sino de las prebendas. Nada mejor que éstas para hacer amigos y enemigos, y propiciar adhesiones incondicionales a un sindicato de intereses. Porque aquí falta política y sobra sectarismo. Apenas hay conflicto por las ideas, pero encarnizadas son las batallas por los sillones, sobre todo si desde esos sillones se puede, abandonando toda objetividad, intervenir y condicionar la estructura de poder. El PP y el PSOE pueden ponerse de acuerdo en todos los temas, excepto en como repartirse las canonjías. Como los malos estudiantes, esta asignatura la dejan para septiembre.