Austeridad es lo que menos necesitamos

El defecto mayor de estos presupuestos radica en su orientación restrictiva que contradice la política expansiva instrumentada hasta ahora por el Gobierno y respaldada por el G-20. Incluso en la última cumbre en Pittsburgh, los mandatarios internacionales, entre los que se encontraba el presidente del Gobierno, se comprometieron a mantener los estímulos fiscales hasta que la recuperación económica estuviese consolidada. Pues bien, es evidente que la economía española se encuentra aún muy lejos de la recuperación por lo que especialmente nuestro país debería ser de los últimos en abandonar la política expansiva; lo que menos necesitamos en estos momentos es unos presupuestos austeros.

No parece muy lógico establecer programas extraordinarios de inversión (Plan E) o de reducción de impuestos (eliminación del de patrimonio) y pocos meses después, sin que se haya consolidado la reactivación económica, hacer todo lo contrario: recortar gastos y subir impuestos. No hay cosa peor que cambiar de caballo en medio de una carrera y, con estos presupuestos, el Gobierno no sólo cambia de caballo sino de dirección. La impresión que se desprende es que ha instrumentado la política expansiva arrastrado por la actuación de otros países, pero sin convencimiento, y que se ha asustado ante las estimaciones de un déficit público elevado. El Ejecutivo no parece convencido de que la mejor forma de luchar contra el déficit pasa por reactivar la economía, y que quizás la manera de lograr en el futuro la estabilidad presupuestaria sea incurriendo en déficit en los momentos presentes. Su postura es tanto más injustificada cuanto que el nivel que alcanza la deuda pública española es bastante reducido en comparación con el de otros países europeos. Incluso estamos aún lejos de ese 60% establecido como cifra tabú en Maastricht y que casi ningún país ha respetado.

No se entiende tampoco que, en un momento en el que el objetivo prioritario es la creación de puestos de trabajo, el Estado recorte la oferta pública de empleo. Además, es muy posible que lo único que se consiga con esta medida sea tener que externalizar todavía más los servicios, con lo que éstos se deteriorarán y se incrementarán su coste y el descontrol.

Por otra parte, la subida de impuestos no ha podido orientarse en peor dirección, ya que, además de no recaer sobre las rentas altas como se había anunciado, va a perjudicar el consumo que es lo que precisamente hace falta incentivar. Gravar a los contribuyentes de elevados ingresos no sólo estaría justificado por un motivo de equidad sino también porque su propensión a consumir es menor. El gobierno ha seguido el camino contrario. Nada de modificar la tributación de las Sicav, ni retornar –aunque fuese reformado– al impuesto de patrimonio que eliminó el año pasado, ni incorporar las rentas de capital a la tarifa general del impuesto sobre la renta, ni elevar en este impuesto el tipo marginal para los contribuyentes de ingresos elevados. Y es que, según ha afirmado la vicepresidenta en la rueda de prensa, en este país no hay ricos. Pero, como las meigas, haberlos, haylos.