La escopeta nacional

Lo de Gescartera cuenta con todos los ingredientes precisos para una película de Berlanga. Que si los ciegos, los huérfanos de la Guardia Civil, la mutualidad de policía, la hermana de un alto cargo colocada de manera ornamental o más bien como reclamo, el cantante de los 70 convertido en experto agente de Bolsa, los obispos y obispillos, porque está claro que no es igual el de Valladolid, que depositó 1.000 millones y al que la Comisión del Mercado de Valores tuvo el detalle de darle el queo, que el de Astorga, al que nadie previno y le pillaron 20 kilos. Como afirmaba Pareto, lo de las clases sociales es una constante, hasta en los obispos. Después están los otros, los pelanas, los malditos, el común de confesores, la gente corriente, sin aviso ni información hasta perder los ahorrillos. Víctimas, sí; aunque en todo timo, y éste lo es, hay siempre una cierta complicidad entre timador y timado. El timado se cree el más listo; nadie, sin embargo, da duros a pesetas. Riesgo y rentabilidad son variables interrelacionadas, y la mayoría de los fraudes tienen su origen en la desvergüenza de quien los organiza, pero también en la necia avaricia de los estafados. Se entiende que haya incautos que crean haber encontrado el chollo del siglo. Pero más difícil resulta comprender, de no existir motivos menos confesables, que de esa credulidad hayan participado organizaciones tales como la ONCE, la Guardia Civil, la policía, tres obispados, alguna ONG e incluso el secretario de Estado de Hacienda.

Y quizás, en la base de todo, ese trasiego permanente entre sector público y privado. Los inspectores tributarios pasan, sin solución de continuidad, a ser asesores fiscales y retornan más tarde de inspectores, o incluso de director general de Tributos o de secretario de Estado de Hacienda. De su despacho privado acudió el gran privatizador, y a él retorna cuando ya no hay nada sustancioso que privatizar ni más favores que hacer. Se nombra como presidente del ICAC, organismo que tiene por finalidad controlar a los auditores privados, a un socio de la principal firma auditora. Vamos que, para este Gobierno, hay que ser cocinero antes que fraile o asesor fiscal antes que secretario de Estado de Hacienda. Por eso vuelve a tropezar en la misma piedra. Los dioses ciegan a los mortales que desean perder; o a los gobiernos.