De prisiones y velos

Vivir para ver. Uno no sale de su asombro. Ha saltado a los medios de comunicación la noticia de que en la cárcel de mujeres de Alcalá Meco los funcionarios se lo hacían con las reclusas. La información me resultaba un tanto inconcebible no precisamente porque tenga una buena opinión de las prisiones españolas sino porque estaba en la creencia de que en los módulos de mujeres de las cárceles únicamente trabajaban funcionarias. Por lo visto, no. Parece que con esto de la ley de igualdad se han fusionado las escalas de hombres y mujeres por lo que todo está revuelto. Y digo yo que, puestos a llevar lo de la igualdad al extremo, ¿por qué no establecer las cárceles mixtas y arrejuntadas?

Al igual que cualquier otra realidad, cuando el feminismo se lleva al límite —por cierto no sé por qué la palabra feminismo no tiene ninguna condición peyorativa y machismo sí— no sólo termina siendo grotesco sino que obtiene resultados contrarios a los que pretendía. No creo yo que las funcionarias de prisiones estén muy contentas de tener que bregar con especímenes que les doblan en tamaño, ni parece muy probable que las relaciones que se puedan establecer entre guardias y reclusas sean altamente gratificantes para la dignidad de las segundas.

Hablando de noticias sorprendentes, no es la menor la de que una joven ha sido expulsada de un colegio por pretender asistir a clase  llevando un pañuelo en la cabeza. Quizás lo que más asombra es la pasividad de la Comunidad de Madrid al permitir que cada centro escolar determine a su antojo su propio reglamento. Subyace detrás de ello un planteamiento perverso, el de obviar el carácter público de los colegios que afecta no sólo a los que así se denominan sino también a los concertados, puesto que viven del dinero público. Es por tanto el poder político democrático el que debería fijar con carácter general lo que tiene que estar prohibido y permitido, teniendo muy en cuenta los derechos constitucionales y las libertades que hay que salvaguardar y que no deben tener más límite que la libertad y los derechos de los demás.

El argumento esgrimido por el colegio y por la propia Comunidad acerca de que los padres ya conocían las normas de ese centro cuando decidieron inscribir en él a su hija carece de todo valor ya que no se trata de una institución privada en la que el propietario pueda poner las condiciones que desee y los ciudadanos no tengan más remedio que plegarse a ellas si pretenden llevar allí a sus hijos. La educación, y por ende todos los centros subvencionados con recursos estatales, constituye un servicio público, y todos los ciudadanos tienen el derecho de poder escoger el colegio que deseen dentro de las posibilidades existentes y sin que se den otras cortapisas que aquellas que provenga de las leyes y del orden público.

No parece que llevar cubierta la cabeza con un velo dañe a nadie ni constituya un peligro para la convivencia. No existe, pues, razón alguna para que se pretenda contrariar la voluntad de la alumna, basada en razones culturales o religiosas; cosa distinta sería la utilización de otro tipo de prenda que oculte la cara o la identificación. Están en juego dos derechos constitucionales, la libertad religiosa y el derecho a la educación, que no pueden estar al albur de los caprichos de un claustro de profesores.

Dos actitudes convergen a la hora de defender la postura del colegio. Desde la derecha porque se intenta primar la religión católica y marginar lo que se refiere a otras religiones. Desde cierta progresía porque se pretende sacar segundas derivadas a propósito de que el velo es un signo de sumisión de la mujer. A los primeros, habría que contestarles que, les guste o no, nuestro Estado es aconfesional y que no puede discriminar entre religiones. A los segundos, habría que recordarles que en todas las culturas hay prendas de uso exclusivo de las mujeres y eso no indica que constituyan un signo de sumisión, pero, sobre todo, que no se puede salvar a nadie en contra de su voluntad a base de prohibiciones y presiones, sino empleando el convencimiento.

Menor razón tienen aún los que desde una postura primaria dan como todo argumento que en las sociedades islámicas no nos permitirían utilizar distintivos católicos. Es posible, pero la diferencia radica en que España es un Estado de derecho y no una dictadura islámica. ¿O es que acaso queremos retornar al nacional catolicismo?