El sepulcro de Don Quijote

Se ha unido casi toda la derecha en anunciar el nacimiento de un nuevo líder. Por algo será. Han tratado a Zapatero con guante de seda, supongo que en justa correspondencia a cómo él trató a Aznar en el debate de la Nación. Lo curioso es que los muchachos del PSOE también afirman estar satisfechos. De la necesidad hacen virtud. Seguro que Zapatero no despierta ningún entusiasmo en las filas socialistas, pero tras el largo periodo de enfrentamientos y divisiones son conscientes de que, para sus intereses electorales, más dañino que un mal líder resulta la crítica interna.

Zapatero ha tenido suerte. Están obligados a cerrar filas. Son ya cinco años de barbecho, y hace frío. Confían en que se repita la historia de Aznar, del gris a la apoteosis. El beso del poder transforma a las ranas en príncipes. Y en este sistema democrático de la alternancia no les falta razón: las elecciones no se ganan, las pierde el contrincante. Todo consiste en tener paciencia y esperar a que el gobierno de turno se confíe y comience a equivocarse, al tiempo que la sociedad, voluble y cambiante, vaya cansándose de contemplar los mismos rostros y escoja otro paisaje. Eso sí, resulta sumamente importante mantener durante el compás de espera la moderación, que el poder económico no desconfíe y que esté dispuesto a conceder la venia en el instante preciso.

Lo inconcebible es que algún columnista se haya atrevido a hablar de pablismo. Aquí sólo hay turnismo. Cánovas y Sagasta. Basta fijarse en el discurso de Zapatero. Sus propuestas finales eran sin duda el más conciso y fiel resumen del pensamiento de Pablo Iglesias: reforma del Senado, ayudas a la sacrosanta institución de la familia, más inversiones en investigación, que está muy de moda con eso de la nueva economía y, sobre todo, esa idea tan revolucionaria de celebrar el cuarto centenario de El Quijote.

Zapatero, al igual que Unamuno, va tras el sepulcro de Don Quijote. Me temo, no obstante, que con intenciones bien distintas. Don Miguel proponía la santa cruzada de rescatar el sepulcro del caballero de la locura del poder de los hidalgos de la razón. Zapatero, por el contrario, ansía formar parte de las mesnadas de bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos, que guardan el sepulcro para que el loco de La Mancha y lo que significa jamás resuciten.