La mística del euro

Qué cosas se han visto y escuchado estos días a propósito del euro. Comenzando por esa cursilada celebrada en Bruselas con motivo del traspaso de la presidencia de Bélgica a España. Niños y niñas repipis con pompones y lacitos. No sé por qué razón hay que ponerse melifluo al hablar de Europa. Tal vez es la forma con la que algunos pretenden darnos gato por liebre, hacer pasar lo que es mera conveniencia de mercaderes y financieros por ideas sublimes y eternas, al estilo de la unidad de destino en lo universal.

Qué cosas se han escrito. Todos los diarios han competido por mostrarnos opiniones de importantes. Opiniones orientadas todas ellas, como no podía ser de otro modo, a cantar las excelencias de la moneda única. Se fantasean todo tipo de ventajas. Tan sólo hay una que ya no se atreven a invocar, aunque era la que más repetían en el pasado: conseguir una moneda fuerte que pudiera competir con el dólar. Imposible reiterarla después de que el euro se haya depreciado de un 20 a un 30% con respecto a la moneda americana.

Hay quien se pone trascendental y metafísico, como el comisario europeo de Economía y hace del euro el comienzo de una nueva era. "Estoy absolutamente convencido, dice, de que el euro es un claro mensaje político, símbolo de paz y estabilidad". Claro que para metafísico el amigo Delors, que habla de hito histórico y de revolución. En lo que sí acierta es en afirmar que el euro constituye una cesión de soberanía, pero ahí radica precisamente la gravedad del tema ya que se cede no a un órgano democrático sino a una institución políticamente irresponsable: el Banco Central Europeo (BCE).

Duisenberg no pierde el tiempo, se apresura a indicarnos que en el BCE son celosos de su propia independencia y que no admiten órdenes ni presiones de nadie, es decir que sólo responden ante dios y ante la historia. Pero quizás las manifestaciones más provocadoras del presidente del BCE sean aquellas en las que afirma: "La existencia del euro y de una política monetaria única es una prueba ya de que la unión política funciona, aunque ésta no exista en el sentido completo de la expresión". Ni en el sentido completo ni en ninguno. La prueba de que no hay unión política, y por lo tanto tampoco democracia, es la propia independencia del BCE. "En sí mismo -continúa- el euro es una especie de catalizador que impulsará la acción política, pero ésta no es condición necesaria para que el euro funcione"

Únicamente el cinismo o la inocencia pueden hacernos creer que tras el euro vendrá la unión política. Una vez conseguidas la total libertad mercantil y financiera y la unión monetaria, ¿para qué quieren esa unión política los intereses económicos que desde las bambalinas han dirigido la representación europea? Más bien al contrario, la unión política es un estorbo que puede limitar su actuación y sus desproporcionados beneficios.

En esto el ministro de Economía español es mucho más pragmático: "Creo que Europa debe mantener cierta diversidad fiscal, porque al final los tributos son una decisión política. ¿Por qué va a ser Europa homogénea en ese sentido?" . Al menos no se pone la careta. Se le entiende todo. Nada de unidad fiscal, laboral, social. "Vamos a tener diferencias de precios y diferencias de rentas".

La unidad se deja exclusivamente para el mercado y la moneda. Queda por saber hasta qué punto países heterogéneos pueden tener la misma moneda y practicar idéntica política monetaria. La dolarización o inventos como el de Argentina están evidenciando todo lo contrario. Hace diez años también se cantaban los enormes beneficios y ventajas que la convertibilidad traería a ese país. Hoy nadie se atrevería a afirmarlo.