El impuesto de sucesión

Todos los partidos han iniciado ya la carrera electoral de cara a las autonómicas y a las municipales. No es de extrañar, por tanto, que comience también la competición por ver quién anuncia más rebajas impositivas. El equipo de gobierno de Madrid ha recordado el plan que lleva varios años ejecutando de progresiva reducción del Impuesto de sucesiones y donaciones, y que culminará con la casi eliminación de este tributo en el 2007. A Madrid la han precedido el País Vasco, Navarra y Santander, y es de suponer que la seguirán otras muchas Comunidades.

No entraré en la controversia jurídica acerca de si es o no constitucional la eliminación por parte de una Comunidad Autónoma de un impuesto estatal cedido. Lo cierto es que, dada la fuerza centrífuga que en estos tiempos incide sobre el Estado, no cabe la menor duda de que cualquier Comunidad que se lo proponga va a dejar, al menos en la práctica, sin efectividad este tributo. Es más, obligará al resto de Comunidades a imitarla.

El equipo de gobierno de la Comunidad de Madrid ha asegurado que la rebaja de este impuesto no repercutirá negativamente sobre las arcas públicas porque atraerá negocios y contribuyentes, con lo que se incrementará la recaudación por los otros impuestos. Sin duda, a corto plazo tienen razón. Pero ese incremento de recaudación se consigue tan sólo quitándoselo a las otras Comunidades, y por lo mismo éstas no podrán consentirlo y no tendrán más remedio que imitar a la primera que lo rebajó.

Al mismo ritmo que se ha ido afianzado el neoliberalismo económico, se ha generalizado una ofensiva en contra del impuesto de sucesiones, lo cual no es de extrañar ya que esta figura tributaria posee la mayor potencialidad redistributiva. La herencia constituye la mayor fuente de desigualdad, una desigualdad radicalmente injusta porque no parece equitativo que sea el nacimiento el que otorgue a algunos todas las oportunidades y que a otros les cierre todas las puertas. Alguien tan poco sospechoso como Alexis de Tocqueville señalaba la importancia que las leyes sobre la herencia tienen a la hora de hacer una sociedad más igualitaria y más justa.

El impuesto de sucesiones constituye uno de los principales instrumentos en la tarea de paliar esta injusticia radical, al tiempo que impide la acumulación progresiva de las riquezas en unas pocas manos. Si no se cumplieron las previsiones de Marx acerca de la acumulación capitalista fue porque el capitalismo supo reaccionar a tiempo e introducir en su sistema correcciones importantes como la de una imposición progresiva. No es de extrañar, por consiguiente, que hace aproximadamente cinco años ciento veinte multimillonarios, a cuya cabeza figuraban Soros, Warren Buffet y William Gates, el padre del creador de Microsoft, firmaran una carta pidiendo que no se eliminase el impuesto de sucesiones tal como Bush había  prometido.

Todos los hacendistas, hasta los más liberales, han creído en la equidad de este impuesto. Es más, autores como Hayek o Mises  tendrían que aceptar que su prédica, acerca de que la economía de mercado es el sistema más justo porque concede a todos igualdad de oportunidades, hace agua ante la profunda desigualdad en el nacimiento, si no hay instrumentos que la corrijan aunque sea mínimamente.

Los detractores del impuesto acuden a su argumento preferido cuando se trata de atacar cualquier tributo progresivo. Según ellos, sólo recaen sobre las clases medias, porque los muy ricos los eluden con distintas artimañas; pero lo que no dicen es que han sido ellos mismos los que han propuesto y permitido los agujeros legales que propician tal elusión.