Latinización de Europa

Dicen que si usted debe 200.000 euros a un banco, tiene un problema; pero si lo que debe son 500 millones, el problema lo tiene el banco. Así debieron de discurrir la mayoría de los países latinoamericanos cuando decidieron independizarse del Fondo Monetario Internacional (FMI), y así tendrían que haber pensado países como Grecia, España o Portugal antes de aceptar los durísimos ajustes que les han impuesto.

Durante muchos años los países en vías de desarrollo han estado bajo la dictadura del FMI que les forzaba a políticas inclementes como condición para prestarles los recursos precisos, recursos que iban íntegramente a cancelar deudas externas. Servían para salvar a los bancos acreedores mientras los países afectados se hundían más y más en el abismo. La conciencia de que el remedio era peor que la enfermedad llevó a éstos a rechazar la ayuda del Fondo, de tal manera que la institución se quedó sin clientes. La paradoja es que con la crisis ha resucitado y que ahora sus absurdos mandatos se dirigen a algunos países europeos.

Hay que remontarse más de treinta años atrás para encontrar una situación parecida. ¿Qué ha ocurrido? No es que, como algunos afirman bobaliconamente, estos países no hayan hecho sus deberes: el déficit y la deuda pública de, por ejemplo, Gran Bretaña son superiores a los de España y sin embargo Inglaterra no ha sufrido ataques especulativos. El problema es de toda la Eurozona, puesto que se trata de defender a la Unión Monetaria cuya coherencia es la que está en cuestión y cuyos principales beneficiarios son Alemania y Holanda.

Es injusto por tanto que sean estos últimos Estados, los que para que se instrumenten conjuntamente planes de salvamento que van en buena medida en beneficio de sus propios bancos, impongan a los otros miembros ajustes salvajes que  acabarán hundiendo sus economías y, desde luego, no solucionarán el problema del euro, y es indigno que los gobernantes de países como España hayan aceptado un trato tan humillante, hayan renunciado a la propia soberanía y se dispongan a hacer la política que les imponen desde el exterior, totalmente contraria por otra parte a los intereses nacionales. La Unión Europea, empujada por Alemania, se equivoca. La solución de sus problemas no radica en disciplinar, como pretende, las finanzas de los Estados miembros. Debe comenzar más bien por dotarse de instrumentos para controlar a los mercados y a las entidades financieras.