El presidente de la patronal

El presidente de la CEOE ha calificado de prepotentes a los funcionarios. Digo yo que para prepotentes los ejecutivos del IBEX 35, y algunos más, cuyas retribuciones escandalosas y obscenas en tiempos de crisis como los que corren, se van filtrando de tarde en tarde a la prensa. Hace unos días se publicó que el presidente de Iberdrola había ganado en el primer trimestre del año 7,3 millones de euros. ¿Cómo no va a subir después la tarifa eléctrica? Sería sumamente interesante publicar un elenco completo de las retribuciones de esos directivos, incluso hasta el cuarto o quinto nivel, y sus equivalentes en la función pública, teniendo en cuenta además que estos últimos han accedido al empleo por procedimientos objetivos, de los que se carece en la mayoría de los casos en el sector privado.

Pero estoy seguro de que la intención del señor Rossell no era ofender gratuitamente a los empleados públicos, sus palabras tenían otra finalidad mucho más profunda, recortar el sector público y agrandar el sector privado. Y digo bien, reducir el sector público y aumentar el sector privado porque en una sociedad moderna no se puede prescindir de los servicios que hoy suministra el Estado. Supongo que el presidente de la patronal no quiere prescindir de la sanidad, ni de la educación, ni de la policía, ni de los jueces, ni de las carreteras, ni de los aeropuertos, ni de los ferrocarriles, ni de un largo etc. No quiere que estas actividades desaparezcan, lo que quiere es que dejen de financiarse con impuestos y pasen a financiarse vía precio, y que los consuman solo aquellos que puedan pagarlos.

Se ha puesto de moda afirmar que tenemos que contentarnos con el Estado de bienestar que podemos financiar. La aseveración constituye una falacia. Todo se reduce a saber qué nivel de impuestos estamos dispuestos a soportar. La sociedad tendrá que destinar parte de su renta a mantener estos servicios. La cuestión es si los suministra el sector público y los financia mediante impuestos o el sector privado a través de los precios. En este último caso, aun cuando se prive a una gran parte de la población de su uso o consumo, el gasto será igual o incluso mayor. El mejor ejemplo es el de la sanidad en EE UU. El gasto por habitante es tres veces el de España y, sin embargo, el 15 por ciento de los ciudadanos carecen totalmente de cobertura y la del 40 por ciento es muy limitada.

El señor Rossell lo que pretende es que hasta en aquellas actividades que se financian con impuestos, el máximo posible de ellas esté gestionado por el sector privado. En España el número de empleados públicos es muy inferior al de los países de nuestro entorno, pero en muchas partidas eso no significa que el gasto sea menor ya que está externalizada su gestión. El resultado, por el contrario, consiste en un mayor costo (algún beneficio, a menudo un enorme beneficio, tiene que obtener el empresario privado), el deterioro de las prestaciones y la pérdida del control de la Administración, poniéndose en peligro en múltiples ocasiones la objetividad y las garantías que deben regir el funcionamiento de las actividades administrativas y de los servicios públicos.

Por otra parte, se produce un efecto adicional; la mayoría de los trabajadores contratados serán precarios y mal pagados, mientras que los directivos multiplicarán por tres, por diez o por cien el sueldo que tenían en el sector público. Basta mirar lo que ha ocurrido en la privatización de las empresas públicas, y comparar lo que cobraban sus ejecutivos antes y después de ellas.

El presidente de la patronal ha criticado también a los malos alumnos que tardan ocho años en hacer una carrera de cinco. "No se les puede pagar", ha dicho. Se supone que se refiere al sector público. Algo de razón tiene, sobre todo cuando la economía española, ese sector privado tan emérito, no genera puestos de trabajo para dar empleo a todos, y un gran número de titulados, especialmente ingenieros, tienen que emigrar a Alemania, Gran Bretaña o a Chequia para poder trabajar, con el dispendio que ello significa. Se podría estar de acuerdo con el señor Rosell siempre que él aceptase el cierre de todas las universidades privadas, porque considero que de lo que se trata es de que estudien únicamente los que tienen capacidad y voluntad para hacerlo, y resultaría una gran injusticia que de esa norma estuviesen excluidos aquellos cuyas familias tienen capacidad económica suficiente para comprar el título. De hecho, ya se está produciendo esta discriminación. Mediante las universidades privadas se burlan de la criba de la selectividad y los hijos de las familias pudientes pueden escoger la carrera que deseen con solo pagarla.

Pero la mayor perla que el presidente de la CEOE ha lanzado es eso de que los trabajadores se apuntan al paro “porque sí”. No, señor Rosell, los trabajadores se apuntan al paro porque sus empresarios los han despedido, en muchos casos “porque sí” (no otra cosa es el despido improcedente) o para obtener más beneficios. Ya se sabe, los ERES se justifican ahora simplemente por la previsión de que los ingresos van a disminuir.

Ante el tremendo drama del desempleo, con un millón de familias en las que ninguno de sus miembros cuenta con un empleo, afirmar que los trabajadores se apuntan al paro “porque sí” constituye una ignominia. Los trabajadores se apuntan al paro porque muchos de los afiliados de la CEOE han obtenido inmensos beneficios en los años anteriores, provocando una crisis de la que los trabajadores, desde luego, no son culpables, y porque cuando han venido mal dadas “si te he visto, no me acuerdo”. Para averiguar por qué los trabajadores se apuntan al paro, el señor Rosell lo único que tendría que hacer es preguntarle a su antecesor en el cargo.