El impuesto de Ibarra

Mi primera reacción, casi instintiva, es de simpatía hacia ese impuesto a las entidades financieras que quiere poner Rodríguez Ibarra.

Hace ya más de diez años que todas las reformas tributarias se orientan a reducir el gravamen sobre el capital y las rentas elevadas. El anuncio del presidente de la comunidad extremeña genera en primer lugar extrañeza, un cierto shock, el que produce un cuerpo extraño al medio ambiente circundante, como la presencia de un alienígena. Pero también, hay que decirlo, - al menos para los que hemos pensado siempre que los sistemas fiscales deben ser progresivos e instrumentos imprescindibles de equidad social- , un chorro de aire fresco en una atmósfera tremendamente enrarecida.

Mi primera reacción, ya lo digo, es de simpatía, pero cuando se analiza la medida con mayor serenidad es difícil no pensar que se trata de un remiendo nuevo en un traje viejo, y ya se sabe lo que ocurre con tales comportamientos. Todo sistema por muy falaz que sea tiene su lógica interna. Contravenirla crea más problemas que los que pretende solucionar.

Rodríguez Ibarra tiene razón en su motivación inicial. Es consciente de que su comunidad es una de las más deprimidas de España y de Europa, y, sin embargo, contempla con impotencia cómo el escaso ahorro interno se orienta al exterior. Pero el asunto planteado va mucho más allá que el impuesto pretendido; se trata nada más y nada menos, que de la libre circulación de capitales y de los nefastos efectos que ésta tiene sobre las zonas más deprimidas. Bien lo saben los países subdesarrollados, con la agravante que al no existir en este orden una unidad política superior tampoco cabe compensaciones interterritoriales, como las que se pueden dar en un país como España, entre comunidades autónomas.

A Rodríguez Ibarra le falta coherencia y quizá valentía. Falta de coherencia porque no se puede aceptar el sistema y negarse a asumir los efectos negativos del mismo. La libre circulación de capitales ha sido avalada y glorificada por los gobiernos de Felipe González y por el partido socialista. Posición que públicamente siguen manteniendo los actuales dirigentes, sin que ni ahora ni nunca hayan defendido propuesta alguna tendente a restringir, aunque sea mínimamente, el movimiento de flujos financieros. La primera medida en este sentido es la de Rodríguez Ibarra.

Pero el problema, y por lo tanto su solución, no puede plantearse desde una comunidad autónoma. Me temo que todo quedará en agua de borrajas. Restringido a este ámbito, las entidades financieras tendrán múltiples mecanismo para burlar el impuesto, bien repercutiéndolo a los clientes, bien creando nuevos instrumentos financieros, anteriormente no previstos y por lo tanto libres de gravamen. La apuesta es de órdago, y no de mero envite. Y ahí es donde Rodríguez Ibarra, y no digamos Zapatero, se rajan.

El presidente de la comunidad extremeña se indigna y con razón, cuando algunos arremeten con tanta furia contra su ley y alaban sin embargo la ley de extranjería, ley inicua que, entre otras cosas, priva de defensa gratuita y, por lo tanto, de justicia a los emigrantes ilegales - alguien debería explicar cómo se puede aplicar el calificativo de ilegal a una persona- . Lo extraño de la situación es que Rodríguez Ibarra se caiga del guindo ahora. Hace ya muchos años que el liberalismo ramplón y descafeinado que gobierna como doctrina imperante, mantiene la libertad exclusivamente para el dinero y no para las personas. Libre circulación de capitales, pero alambradas y murallas para los trabajadores. Así son los liberales de ahora, y me temo que también los socialistas, que han asumido la totalidad de sus principios.

No se puede estar repicando y en procesión. No es posible defender la libre circulación de capitales y querer al mismo tiempo restringir por medio de impuestos el movimiento de flujos financieros de una comunidad autónoma. Esto lo ha visto claro Jorge Sevilla. Él que es un liberal, de los de ahora claro, de los del capital y el dinero. Por eso dicen que está en desacuerdo con el impuesto, y con su señorito que lo ha respaldado