Guerra asimétrica

El lenguaje no es neutral. Desde Maquiavelo, se conoce la fuerza de las palabras en el imaginario popular y los beneficios que al poder le reporta manejar los vocablos apropiados. La propaganda franquista aireaba los “veinticinco años de paz”, ocultando que habían sido precisamente los sublevados los que habían iniciado una de las más pavorosas contiendas civiles sufridas por nuestro país. Hoy, la propaganda oficial propaga la expresión “proceso de paz” consciente de la magia que emana de esta palabra y cómo siembra en el inconsciente colectivo la premisa de que todo debe sacrificarse a su obtención.

Una de las peores facetas del terrorismo de Estado es la capacidad que tiene de disfrazar con expresiones aparentemente inocuas las mayores atrocidades. Con la locución “efectos colaterales”, Solana y demás mandos de la OTAN denominaban los más aberrantes asesinatos en masa de civiles inocentes en la ya olvidada guerra de Kosovo. Hoy, el Gobierno americano y sus portavoces militares alcanzan la cúspide de la impostura cuando califican de “guerra asimétrica” o de “operación de relaciones públicas” al suicidio de tres presos en Guantánamo. En un derroche de sadismo, llegan a tildarlo de acto de terrorismo, y terrorismo es, pero no de los suicidas sino de sus torturadores, terrorismo de Estado.

Los tres suicidios son simplemente la realización de algo sabido y esperado. Antes o después tendrían que producirse, dados los múltiples intentos que se venían sucediendo, fruto sin duda de la desesperación en que se debaten –tal como han manifestado sus abogados– los allí confinados, privados de todos sus derechos y de la capacidad de defenderse. Por si solo, Guantánamo deslegitima el sistema democrático americano y toda su política exterior, al tiempo que pone en cuarentena la efectividad de la legalidad internacional. Es verdad que hoy las diferentes instancias internacionales, desde la ONU al Parlamento europeo, lo han condenado; pero no es menos cierto que lo han hecho demasiado tarde, cuando la situación resulta ya insultante y la condena carece de virtualidad práctica, consciente como es el Gobierno americano de que se trata de un brindis al sol y que no va a cambiar un ápice la conducta frente a EEUU del resto de los gobiernos.

Por supuesto que Guantánamo no es la única expresión de la iniquidad que está acompañando la invasión de Irak y Afganistán. Poco a poco, van apareciendo distintas informaciones que dejan al descubierto las atrocidades cometidas, desde las torturas de Abu Ghraib a la matanza de Hadiza, pasando por los vuelos de la CIA o el tiro al blanco que, según algunas informaciones, se practica con civiles en Ramada. Todo ello no es desde luego anecdótico como pretende el Gobierno estadounidense, sino más bien lo poco que ha trascendido, sorteando la censura, de un universo mucho más vasto y que progresivamente se irá conociendo.

La balada sádica entonada por un marine en un video que ha circulado recientemente en las distintas televisiones constituye una expresión bastante clara de la ideología y sentimientos que deben anidar en buena parte de las fuerzas de ocupación. No vale escandalizarse ni siquiera predicar de los agentes directos la culpabilidad principal. Los máximos responsables son aquellos que han desencadenado la contienda y trasmiten la doctrina de que, frente a los considerados enemigos: el eje del mal, todo está permitido. Iniciar una guerra, es abrir la caja de Pandora de la que se escapan las pasiones más ruines, los sentimientos más abyectos y las pulsiones más sádicas. Los máximos culpables son, sin duda, los que lanzan a los combatientes de uno y otro bando a estados tales de miedo y desesperación en los que terminan emergiendo los peores instintos. Responsables son también los que hicieron de tontos útiles, los comparsas y cómplices. Algunos deberían preguntarse si tanto dolor y sufrimiento puede pagarse con una vicepresidencia en el Banco Mundial.

La responsabilidad se extiende también a los gobiernos europeos y a su hipocresía. Desde el inicio se intuía que la negativa de algunos a la guerra de Irak tenía mucho de posición estratégica o de rentabilidad electoral. La moderación en la forma de oponerse y, sobre todo, la mala conciencia se han hecho presentes en numerosas ocasiones hasta el punto de parecer que se pedía perdón por tanta osadía. La conclusión está a la vista, se ha estado presto a seguir colaborando, si bien más o menos a hurtadillas o con pretextos espurios. El espectáculo bochornoso de los vuelos de la CIA es sobradamente expresivo. El informe de la Eurocámara deja al descubierto las mentiras de los gobiernos europeos y va a ser difícil que nos convenzan, por mucho que lo intenten, de que no sabían nada. Su complicidad por acción u omisión es evidente; en el mejor de los casos han mirado para otro lado para no tener que intervenir.

No deja de ser significativo que, mientras aparentemente se inhiben en la ocupación de Irak, se involucren más y más en Afganistán. No parece que ambas situaciones sean sustancialmente distintas por el mero hecho de que la OTAN haya intervenido. La misma pervivencia de la OTAN es ya señal de la complicidad europea con la criminal política americana. Al igual que el FMI, la Alianza Atlántica es una organización obsoleta. Los dos organismos perviven aun cuando las circunstancias y fines para los que fueron creados se han modificado radicalmente. Tanto el sistema monetario internacional como la guerra fría hace tiempo que desaparecieron y ambas instituciones se han convertido en meros instrumentos a favor de la política imperial de EEUU, en la que Europa actúa de comparsa. Con la excusa del terrorismo y la connivencia de los bancos centrales, entre ellos el BCE, la Casa Blanca expía las finanzas mundiales. Claro que las cosas pueden aún empeorar. El ínclito Semprún, ministro de Cultura en los peores años del felipismo y paladín de la primera guerra de Irak, pretende cambiar en Europa el liderazgo de Francia y Alemania por el de los gobiernos fundamentalistas del Este europeo. De nuevo su resentimiento anticomunista y pro-yanqui le juegan una mala pasada.