Balanzas fiscales

Hace ya algunos días, la fundación del BBVA publicó las balanzas fiscales de las distintas Comunidades Autónomas. En cierto modo, se ha roto el velo de Maia y ha quedado al descubierto aquello por lo que tanto han estado clamando los nacionalistas. Vaya por delante que tales conceptos carecen de todo sentido y, además, son equívocos. Podría pensarse que la expresión déficit fiscal aplicada a una autonomía significaría lo mismo que cuando se aplica a un país, es decir, el resultado presupuestario, la diferencia entre los gastos y los ingresos de la correspondiente administración autonómica. Nada de eso. Podría pensarse también que la denominada balanza fiscal es el equivalente a la balanza de pagos de una nación, pero en el ámbito de una Comunidad Autónoma. Tampoco van por ahí los tiros.

El concepto que han divulgado los nacionalistas o aquellos que a su sombra mantienen posturas regionalistas nada tiene que ver con todo lo anterior. Se refiere al resultado, positivo o negativo, entre lo que cada Comunidad contribuye al erario público, principalmente mediante los impuestos, y lo que obtiene de éste mediante las infraestructuras, los servicios y las prestaciones públicas. Entendido de tal manera el concepto, tiene un vicio de partida: no son los ciudadanos los que aparecen como contribuyentes y receptores sino las Comunidades Autónomas. Ahora bien, la equidad no puede medirse en clave territorial, sino personal. La cuestión no es tanto si una Comunidad recibe o paga más o menos, cuanto si dos ciudadanos, residan en el territorio que residan y siempre que se encuentren en idénticas circunstancias, son gravados en las misma cuantía y reciben los mismos servicios.

Esas han debido de ser las razones por las que el Ministerio de Economía y Hacienda ha venido negándose a elaborar y publicar las susodichas balanzas fiscales. Por ello y porque no parece fácil territorializar los impuestos, ni siquiera los gastos. Los impuestos, porque los ingresos realizados por ejemplo en la Delegación de la Agencia Tributaria de Barcelona por la Caixa pueden derivar de las retenciones de un depositante de Valencia o de un empleado de Burgos y los de Nestlé, del IVA pagado por un consumidor de Sevilla. Los gastos, porque determinadas inversiones realizadas en una Comunidad (por ejemplo, el AVE), no las beneficia a ellas o al menos no en la cuantía que se les imputa.

Tras estos prolegómenos hay que decir que los resultados que arroja el estudio no son muy distintos de los que cabría esperar. La primera conclusión es que la existencia de una Hacienda Pública central realiza una importante acción redistributiva. Las regiones con menor renta per cápita son las que presentan un saldo positivo, mientras que las de renta más elevada arrojan un déficit fiscal. No obstante, esa función redistributiva no logra reducir las desigualdades entre Comunidades. Las diferencias en renta per cápita son cada vez mayores.

El estudio deja en evidencia también la falta de equidad que comporta el sistema de conciertos por los que se rigen fiscalmente el País Vasco y Navarra ya que, encontrándose en el grupo de Comunidades más ricas, sus saldos fiscales son positivos. En lugar de derechos históricos, hay que hablar claramente de privilegios históricos y los privilegios no parece que tengan demasiado sentido en los Estados modernos.

El victimismo catalán tampoco sale muy bien parado por las conclusiones que arroja el estudio, porque si bien es verdad que Cataluña, a diferencia del País Vasco y de Navarra, presenta déficit fiscal, éste parece que es inferior al que le correspondería en función de su renta per cápita.

La última conclusión del informe es la alarmante tendencia de la reducción progresiva de los flujos compensatorios entre Comunidades, lo que cuadra perfectamente y tiene su explicación tanto por el predominio del pensamiento neoliberal -que aniquila la progresividad de los sistemas fiscales- como por el proceso de disgregación territorial a cuyo incremento van a contribuir los nuevos Estatutos.