A vueltas con TVE

En la sesión de investidura el nuevo presidente del Gobierno prometió reformar el Estatuto de TVE. En principio, sólo caben parabienes para tal noticia. Me gustaría ser crédulo y optimista, pero los años pasan, la experiencia se acumula y le hace a uno receloso.

La radio y la televisión públicas siempre han estado en el centro de la reyerta política. Signo de contradicción. Únicamente los más viejos recordarán la querella criminal planteada por González, Guerra y otros insignes dirigentes socialistas al entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, a cuenta de TVE. En la época de la UCD no existían televisiones privadas y el Ejecutivo poseía los medios sociales de comunicación heredados del régimen  franquista, no era extraño por tanto que el resto de los partidos se quejasen de la desventaja en que se encontraban.

Al llegar al poder en el año 82 el PSOE se vio obligado -dado que lo había reclamado en la oposición y que debía adaptarse a lo que era habitual en el resto de los países europeos- a introducir determinadas medidas liberalizadoras en el ámbito de la comunicación, pero siempre intentando no perder el control. Privatizó la prensa del movimiento y vendió las participaciones que poseía en otra serie de medios, concedió licencias de radio y de televisión privadas, pero procurando en todos los casos que gran parte de ellas terminase en manos amigas. Incluso utilizó una organización benéfica como la ONCE en ese objetivo de dominar la información.

El PP también había criticado en la oposición la utilización partidista que el Gobierno hacía de los medios públicos y por eso cuando ganó las elecciones prometió regeneración y se esforzó por colocar al frente del ente público TVE a alguien con un perfil de cierta independencia, pero terminó en Urdaci, pasando por el intento de utilizar las empresas públicas privatizadas para controlar los medios privados.

Ahora Zapatero promete la neutralidad de RTVE. Habrá que concederle un margen de confianza. Nos enfrentamos sin duda al problema número uno de la democracia. Hoy, el poder de la publicidad y de la propaganda es tan enorme que quien controla la información controla en buena medida la sociedad y el sistema político. Al mismo tiempo, las técnicas de la comunicación han adquirido tal complejidad que no están al alcance de cualquiera. En la actualidad se precisan cantidades ingentes de dinero para tener la menor posibilidad de influir en este sistema; de hecho, sólo los grandes centros de poder económico tienen esa capacidad.

La libertad de prensa, entendida exclusivamente como mera ausencia de censura política, deviene una falacia, porque la censura se instala de manera permanente en los medios de comunicación, seleccionando la información y la ideología que va de acuerdo con sus intereses y la autocensura se introyecta en los profesionales, la mayoría de los cuales no precisa violentarse mucho ya que también participa de este sistema de valores e intereses.

De llevarse a cabo, la autonomía de RTVE respecto del Gobierno constituiría un principio de ruptura, una brecha en la estructura monolítica del sistema, pero sólo eso. Garantizaría quizás la neutralidad de este medio público en el juego bipartidista y la incapacidad del partido en el poder para usar al ente público como arma política contra el adversario, pero nada más. Permanecería pendiente otra asignatura: la de los medios privados. Sin normas jurídicas que eviten su concentración y fuercen la división del capital, limitando el porcentaje de participación que pueda mantener una misma persona física o jurídica, el peligro de adulteración de la democracia subsiste. Es más, puede ocurrir que hasta la propia televisión pública sea manipulada, no ya por un partido político pero sí por el poder económico.