Hoy, no; mañana, sí

En las tascas del viejo Madrid, era frecuente encontrar colgado un letrero en el que se podía leer “Hoy no se fía, mañana sí”. El mañana nunca llegaba porque ya era hoy. Algo parecido les está ocurriendo a los líderes mundiales con la reunión del G-20 y las reformas estructurales, esas que deben impedir que pueda producirse en el futuro otra crisis sistémica. De reunión en reunión, van dejando para la próxima tomar medidas concretas con las que reformar el sistema económico internacional.

Se acordó, eso sí, que los Estados inyectasen dinero a las entidades financieras y que instrumentasen planes de estímulo para reactivar la economía, pero lo de reformar el sistema es harina de otro costal, y más ahora que se empieza a vislumbrar, quizás con demasiado optimismo, la salida de la crisis. Al menos, los mandatarios reunidos en Pittsburgh no han cometido el error de darla por concluida y retirar las medidas de reactivación; por el contrario, han pedido que se mantengan, lo que no deja en muy buen lugar al Gobierno español que, poseído por el santo temor al déficit, se empeña en presentar unos presupuestos restrictivos, a pesar de que si alguna economía está lejos de la recuperación es la española y, por lo tanto, es en la que más se debería aplicar una política expansiva.

Por lo demás, en Pittsburgh todo ha quedado para el año que viene. Se han mantenido, es cierto, principios y declaraciones, pero sin ninguna concreción. Ni en cuanto a la ampliación de la capitalización bancaria, ni respecto a la limitación de las retribuciones de administradores y consejeros de las entidades financieras, ni en lo relativo a la extensión e intensificación de la supervisión bancaria, ni en lo que se refiere a una regulación más estricta de los productos derivados.

Por otra parte, se han visto claramente las diferencias en los planteamientos de ambos lados del Atlántico. Las posturas más radicales de los países europeos han chocado con la más tibia actitud de Obama y de Brown, presionados por los poderes financieros de Wall Street y la City londinense. Obama, no obstante, ha puesto en Pittsburgh sobre el tapete un tema fundamental: los grandes desequilibrios existentes entre los países en el ámbito del comercio internacional. Mas allá de que, tal como insinuaba Merkel, pudiera ser una estrategia del líder norteamericano para no abordar en profundidad la reforma del mercado financiero, los desajustes entre ahorro y consumo de los diferentes países constituyen quizás el origen de todos los problemas. Pero ¿cómo evitarlo con mercados globalizados y sin una autoridad mundial que los regule?

Los exhortos de Obama no pueden funcionar y son un simple sermón de predicador. Cada país actuará de acuerdo con sus intereses. China y algunos otros países asiáticos intentarán mantener su crecimiento a base de sus exportaciones y de una divisa infravalorada; pero EEUU no puede crecer a costa de seguir endeudándose. Es posible que haya pasado lo peor de la crisis, pero lo que no se ve es cómo vamos a salir definitivamente del laberinto en el que la economía mundial se encuentra atrapada.