Chapuza o pelotazo

Las licencias de UMTS vuelven a estar de actualidad. Anda la Audiencia Nacional enfrascada en deliberaciones acerca de si debe suspender cautelarmente el resultado de aquel concurso tan polémico.

Es un hecho que la decisión de conceder las licencias por concurso en lugar de mediante subasta ha representado un importante perjuicio para la hacienda pública y, con toda probabilidad, grandes beneficios para las empresas concesionarias. Pero ahora se descubre algo más, algo que sin duda todos intuíamos, que tal decisión no fue un error sino un chanchullo. Todo apuntaba a ello y especialmente la forma y la fecha en las que se acordó. Deprisa y corriendo, pocos días antes de celebrarse unas elecciones, y por lo tanto con un gobierno en situación provisional.

Hoy se conoce que hubo dos informes; Se sabe que los servicios de Fomento mandaron rectificar el primero a la empresa consultora, y que dicha empresa se defiende afirmando que no es que tuviese deficiencias, sino que, una vez entregado, el Ministerio le cambió los criterios, por lo que fue preciso elaborar el segundo informe, incluso fuera de plazo.

La actual ministra de Ciencia y Tecnología ha afirmado que "toda la concesión de las licencias de UMTS se ajusta a derecho". Es posible que jamás lo sepamos con certeza. Ni esto ni lo contrario. Pero la corrección en la actuación política no consiste únicamente en cumplir las leyes, y menos aún en dar a las acciones de gobierno una apariencia de legalidad. Lo cierto es que este concurso ha sido en el mejor de los casos una gran chapuza, y en el peor el mayor pelotazo que se ha conocido.

La discrecionalidad, el riesgo, la falta de transparencia, la subjetividad, la sospecha, han rodeado las concesiones. Resulta sumamente curioso que aquéllos que con tanto ardor defienden el mercado y el precio como asignadores óptimos de los recursos se vuelvan tan intervencionistas a la hora de adjudicar unas licencias billonarias. ¿Es que en este caso el precio no constituía un buen indicador del valor de lo adjudicado?

Criterios tales como la inversión comprometida, el despliegue de la red o la creación de empleo son lo suficientemente relativos y difíciles de controlar posteriormente como para que el concurso gozase de una gran discrecionalidad. ¿Es que alguien puede creer que las empresas van a realizar más inversiones o contratar más personal del que juzguen necesario? ¿No será más bien que tras el establecimiento de tales criterios lo que se oculta es la intención de tener las manos libres para conceder las licencias a quien se desea?

La Ley de Contratos de las Administraciones Públicas (LCAP) tiene una finalidad clara, lograr la transparencia y la objetividad en las operaciones que el sector público realiza con el sector privado. Pero no existe ley perfecta y todas las normas dejan múltiples lagunas que pueden utilizarse para burlar su propia finalidad. No es ningún secreto que en materia de concursos la discrecionalidad de que goza la Administración es amplísima y que los criterios que pueden fijarse y su posterior valoración admiten un componente de subjetividad muy elevado. Cuando lo que está en juego son muchos miles de millones ¿puede extrañarle a alguien que exista un altísimo riesgo de manipulación y corrupción?