Presupuestos 2003

A propósito de los presupuestos que acaba de aprobar el Gobierno para el 2003, el secretario de política económica del PSOE ha afirmado que “están llenos de trampas y de falsedades, por lo que son más dignos de empresas como Enron que de un Estado democrático, avanzado y de la Unión Europea”. Tampoco es necesario dramatizar. Llenos de trampas y de falsedades es posible, como casi todos los presupuestos que han sido y serán. El papel lo aguanta todo y la información se puede disponer de tal manera que termine dando, para aquellas partidas estratégicas y que deseamos resaltar por su rendimiento electoral, los incrementos convenientes, pero eso poco desdice de la UE. La mayoría de los países de la UE, por no decir todos, actúan de manera similar y, desde que en 1998 para constituir la Unión Monetaria se pasó en pocos meses de una situación en la que ningún país cumplía los requisitos de Maastricht a cumplirlos todos, la contabilidad creativa se ha instalado en las cuentas públicas de todos los Estados.

Mucha imaginación hay que tener, desde luego, para pronosticar que la economía va a crecer en el 2003 un 3%, o que la inflación se va a situar en el 2%. En los presupuestos del presente año ya se anunció un crecimiento cercano al 3%, y lo cierto es que difícilmente llegaremos al 2%. La atonía de la economía es evidente, y estamos muy lejos de ver despejarse los nubarrones que se ciernen sobre la coyuntura internacional.

Confiar en que la inversión pública, la reducción de impuestos o la seguridad ciudadana vayan a relanzar la economía es pura quimera. La inversión pública, ciertamente, es uno de los pocos factores que están originando que la economía no se sitúe en tasas aún más bajas de crecimiento. Pero lo más que podemos esperar de ella el próximo año, al margen de tasas más o menos amañadas, es que, al igual que este año, ralentice la desaceleración.

Pretender que la reducción del impuesto sobre la renta tiene un efecto reactivador está bien para la propaganda política, pero no es una afirmación seria desde el análisis macroeconómico si se olvida el coste de oportunidad. A no ser que se incremente el déficit público, cosa que niega el Gobierno, los recursos que se dedican a esta rebaja fiscal no se orientan a otro destino, que tendría un efecto similar o incluso mayor; con lo que ambos efectos, de existir, se compensan. En principio, no se descubre la razón por la que el efecto expansivo de reducir el IRPF ha de ser mayor que el efecto contractivo de reducir el gasto público o de subir otros impuestos, tanto más cuanto que la rebaja impositiva va a afectar principalmente a las rentas altas con una propensión al consumo más bien reducida. Y en cuanto a la seguridad ciudadana, resulta difícil entender cuál es su vela en este entierro.

Con una inflación actual del 3,8%, y con importantes incertidumbres futuras sobre el precio del petróleo, anunciar para el próximo año un incremento en el índice de precios del 2% pertenece al ámbito de la ciencia ficción. Se repite el error del presente ejercicio. Bien es verdad que este error consciente le es muy útil al Ejecutivo, porque con toda seguridad un año más los funcionarios, y todas las prestaciones ligadas al salario mínimo interprofesional, volverán a perder poder adquisitivo.

El Gobierno anuncia un incremento de los gastos sociales difícilmente creíble (el 8%). Todos los años los presupuestos son la mar de sociales, pero también año tras año, cuando se analiza el gasto social realmente ejecutado (según la terminología sepros, uniforme para las comparaciones internacionales) éste pierde peso en el PIB (desde 1993, más de tres puntos) y la diferencia con la media europea se hace mayor. Enigmas de los presupuestos.