Déficit cero

Un espectro se ha instalado en Europa, el de Echegaray invocando el santo temor al déficit. Vade retro Satanás. Antes morir que pecar, como púdicas doncellas, parecen exclamar nuestros gobernantes; antes hundirnos en la recesión que sucumbir a ese horrible desafuero de contraer un desequilibrio presupuestario.

Pero lo cierto es que este puritanismo hacendístico, como todo puritanismo, tiene mucho de hipocresía. Lo que importan son las formas, lo externo, que no aparezca, que no se sepa. Por eso todos los gobiernos europeos, reunidos en contubernio, abjuran de cualquier tentación fiscal expansiva, incluso en los momentos presentes en que nos amenaza la recesión; pero tan pronto como retornan a sus países retuercen las cuentas públicas a efectos de ocultar –pero no subsanar– los déficits.

La contabilidad constituye tan sólo un medio de expresar la realidad económica. Pero, como todo medio de expresión, convencional y sujeto a manipulación; y manipulación sin duda ha habido y las convenciones internacionales se han trastocado para permitir cumplir a casi todos los países los criterios de Maastricht. En pocos meses se pasó de una situación en la que tan sólo Luxemburgo satisfacía todas las condiciones, a otra en la que los estados casi sin excepción se adecuaban a la totalidad de los requisitos. Este cambio tan prodigioso fue únicamente posible gracias a la permisividad contable; permisividad originada en la voluntad política de que la Unión Monetaria se crease con el mayor número posible de miembros.

Cada país utilizó los ardides que mejor pudo o supo. La ofensiva la inicio Alemania, que canalizó la totalidad de gastos derivados de la reunificación, al margen del presupuesto, empleando una sociedad instrumental; al tiempo que acuñaba la expresión de contabilidad creativa, que no era más que una forma de maquillaje contable orientado especialmente a posponer el registro del gasto en inversión pública ya realizada, a otros ejercicios posteriores.

España, por supuesto, no ha permanecido al margen de esta dinámica. La milagrosa reducción del déficit público, tanto en el momento de la creación de la Unión Monetaria, como en los años sucesivos, obedece, sí, a una coyuntura económica favorable y a ciertas medidas restrictivas de moderado impacto, como la pérdida de poder adquisitivo de los funcionarios; pero en una parte mucho más importante, a la adopción de múltiples trucos en las cuentas públicas. Se evitan las subvenciones a empresas y entes públicos por el procedimiento de avalar sus deudas; Se utilizan los ingresos de privatizaciones que tienen una naturaleza financiera, para conjugar pérdidas de otras sociedades estatales, reduciendo así de una manera espuria el déficit público; Se crean entidades autónomas con el único objetivo de trasformar la inversión pública en gasto financiero y evitar de este modo su reflejo en el déficit.

El actual gobierno ha asumido un fundamentalismo presupuestario al convertir el llamado "déficit cero" en el centro de su política económica. Pero su ortodoxia es puro nominalismo formulista. En realidad, lo que le importa no es el déficit ni sus consecuencias económicas sino el reflejo de éste en la contabilidad. Participa de un cierto fetichismo. Si el déficit se quita del papel, desaparece también de la realidad. Es por eso por lo que no tiene reparo en adoptar fórmulas como la de la inversión con pago aplazado o de peaje sombra, que lo único que consiguen es trasladar la contabilización de la deuda y de las cargas financieras a los años futuros. Con todo, lo más grave es que las Comunidades Autónomas se han aprendido magníficamente la lección y están dispuestas a multiplicar por mil los trucos del Estado.