Ellos me han convencido

Me encontré hace algunos días con David. Me dijo que se dirigía a Sevilla a participar en la manifestación antiglobalización. Me extrañó. No era esa la idea que yo tenía de él. No le asociaba con tales aquelarres. Había creído siempre que era más bien individualista, reacio a las movilizaciones y a participar en cualquier acto que se alejase de lo políticamente correcto. Cierto que hacía dos años que no nos veíamos, pero entonces le preocupaba tan sólo estudiar y terminar la carrera.

Le transmití mi sorpresa. Verás, me contestó, han sido ellos los que me han convencido. ¿Quiénes son ellos?, le pregunté. ¡Toma!, pues los partidarios de la globalización, del libre cambio y de los mercados financieros, los neoliberales. Entonces todos los que mandan, apostillé. Supongo que sí, contestó. Y acto seguido pasó a exponerme sus razones:

Yo me he creído siempre a pies juntillas lo que me decían. Aceptaba de buena gana que Europa iba bien, que España iba bien y que eso de la globalización era el no va más, la panacea capaz de hacer desaparecer en el mundo la pobreza y conducirnos a todos al bienestar. Pero empezaron a hablar y, claro, me persuadieron de todo lo contrario.

Escuché que había que desregular el mercado laboral o, lo que es lo mismo, reducir las garantías y los derechos laborales que, al menos, en Europa, habían ido conquistando los trabajadores. Estos tienen que acomodarse a las nuevas condiciones, aceptar la movilidad geográfica y funcional, acostumbrarse a que los empleos son siempre temporales. Los empresarios pueden despedir a su voluntad a cualquier trabajador y no tienen que readmitirlo, aun cuando un tribunal dictamine el despido improcedente, es decir arbitrario; su única obligación es indemnizar, y la indemnización por su parte deberá ser cada vez menor, hasta su desaparición. Y todo ello se fundamenta, según ellos, no en una opción ideológica retrógrada que tiene como finalidad hacer más injusto el mundo y favorecer el capital en contra de los trabajadores, sino simplemente en la exigencia de un mundo global, que, como tal exigencia, se impone a todo gobierno ya sea de derechas o de izquierdas.

Pero les escuché, además, -continúa contándome David- que la globalización exigía a menudo que los salarios creciesen menos que la inflación. La estabilidad de precios es una condición imprescindible para el crecimiento y para la creación de empleo, y la única manera de contener la inflación es haciendo que las retribuciones de los trabajadores se moderen. Los trabajadores no sólo no deberán participar en los incrementos de la productividad y en el crecimiento de la economía, sino que tampoco podrán mantener el poder adquisitivo. Los salarios altos expulsan al capital hacia otras áreas con mano de obra más asequible.

La globalización, desde luego, será incompatible con la economía del bienestar. En un mundo globalizado no resulta posible mantener el actual estado de prestaciones sociales: pensiones, seguro de desempleo, sanidad y educación gratuitas, etcétera. De lo contrario, las empresas emigrarán a latitudes en las que tengan que soportar menores cargas sociales.

Y hablando de cargas y de gravámenes, el discurso imperante afirma que la globalización no permite gravar con impuestos al capital, al ahorro y a las empresas. Existe libre circulación de capitales y paraísos fiscales. Los sistemas tributarios quedan reducidos a impuestos indirectos y gravámenes sobre la nómina. Se terminó la política fiscal progresiva.

¡Ah! Y, por supuesto, en este mundo global, quienes mandan son los mercados financieros; los gobiernos pueden hacerlo únicamente en la medida en que no se opongan al capital. Democracia, pero menos.

Al final de toda esta perorata, David se me quedó mirando y añadió: Este discurso no es el mío sino el de ellos. Son ellos quienes lo dicen. Yo nunca he entendido muy bien que es eso de la globalización; pero, según sus propias palabras, debe ser algo horrible y la causa de todos los males. Yo por mi parte, devuelvo el billete a ese país de las maravillas. A ese precio no quiero que España y Europa vayan bien. Prefiero que vayan regular, pero que nos toque algo. Ya ves, esa es la razón de que vaya a manifestarme a Sevilla. Ellos me han convencido.