La escopeta nacional y europea

La Comisión ha abierto expediente sancionador al reino de España por déficit excesivo. Supongo que algo parecido tendrá que hacer con los otros veintiséis países de la Unión. En estas circunstancias, todos ellos se están saltando a la torera la disciplina presupuestaria. Y es que no están los tiempos para remilgos. Se trata de salvar los trastos. Por eso, no hay nada más ridículo que, al tiempo que se escucha el grito de sálvese quien pueda y se desmoronan todos los principios en los que se basaba lo poco que había de Unión Europea, la Comisión continúe con sus ritos como si nada hubiese pasado. Lo mejor que puede hacer es entonar el mea culpa y autodisolverse.

La crisis nos está enseñando que de nada vale la estabilidad presupuestaria si el país está desestabilizado, y que tan peligroso  o más que el endeudamiento público es el privado. Pero la inercia es grande y los tópicos, numerosos; por ello, el Gobierno español practica la ley del péndulo. Un día afirma que hay que reactivar la economía y acuerda créditos extraordinarios para poner en funcionamiento una serie de proyectos -muchos de ellos sin estar maduros- y al día siguiente declara que hay que ser austeros y aprueba recortes presupuestarios.

El plan de restricciones presupuestarias es, como la mayoría de estos planes, un completo desastre, no sólo porque si se quiere reactivar la economía lo que menos se precisa es austeridad, sino porque lo barato termina siendo caro y los recortes se van a traducir en una mayor ineficacia de la Administración. En primer lugar, es curioso que se deje fuera de las medidas a los ministerios de nueva creación cuya necesidad parece muy dudosa y a las agencias, esos engendros administrativos instaurados por este Gobierno, que con el pretexto, como siempre, de flexibilizar la gestión, se configuran con mecanismos de control más laxos y con la posibilidad de que el político de turno pueda contratar a quien quiera.

En segundo lugar, la medida de eliminar vacantes y de reducir la oferta de empleo público parece contraproducente en un momento en el que el objetivo primario es crear empleo. Sólo va a servir para empobrecer aún más los servicios públicos y, lo que es peor, en muchos casos para externalizarlos. Ante la escasez de empleados públicos, los distintos organismos encargarán las tareas a consultoras o empresas privadas. El precio será mayor y por tanto el gasto público y las posibilidades de control, menores, y menores las garantías para los administrados.

Las políticas que van en detrimento de la Administración suelen ser muy populares. Existen medios poderosos interesados en ello, que se esfuerzan en crear el clima adecuado, pero lo cierto es que todas esas actuaciones, al revés de lo que se cree, no suelen ir contra los funcionarios, sino contra la sociedad y los administrados. El deterioro de la justicia que los distintos gobiernos han permitido y propiciado no perjudica principalmente a los jueces, sino a los ciudadanos.

En tercer lugar, el plan afecta únicamente a la Administración central, pero esta representa en nuestro país tan sólo una porción reducida del sector público, tanto más si se dejan fuera de consideración las pensiones y el seguro de desempleo. Uno de los graves problemas que hoy tiene España es que carece de un sector público unitario con el que actuar, en especial en tiempo de crisis. Chaves acaba de descubrirlo, cada Autonomía otorga su propia licencia de caza, y por eso con buen criterio propugna que haya una sola a nivel nacional. Y me pregunto yo qué tal si la educación, la sanidad, la justicia, las ayudas sociales, las cajas de ahorro y especialmente los impuestos vuelven a ser nacionales, ya que no pueden ser europeos, sin que se den diferencias en función de la región en la que se vive.

Por cierto, hablando de cacerías, nadie ha planteado la pregunta verdaderamente importante acerca de aquella en la que participaron el ministro de justicia y el juez superestrella. ¿Quién la pagó y por qué? El sueldo de ministro y de juez como mucho da para cazar perdices.