El tipo de cambio, estúpidos, el tipo de cambio

No se puede entender la crisis actual sin hacer referencia a los tipos de cambio de las monedas. Lo peor de los que profesan el pensamiento económico dominante es que no son consecuentes con sus propias teorías. Hoy, apuestan por la globalización de los mercados, es decir, por el librecambio y la libre circulación de capitales. El librecambio establece que la mejor política en el campo del comercio internacional es la de la absoluta libertad, evitando cualquier restricción gubernamental de manera que cada país se especialice en aquellas actividades para las que disponga de ventaja comparativa con respecto al resto.

 

Los desajustes que se puedan producir en la balanza de pagos se corrigen, según esta teoría, mediante la variación de los tipos de cambio. La moneda de aquellos países que presentan déficit en su balanza de pagos se depreciará, con lo que sus productos se abaratarán respecto a los de otros países, se incrementarán, en consecuencia, sus exportaciones y se reducirán sus importaciones, con lo que se corregirá el déficit exterior. Y lo mismo ocurrirá, solo que en sentido contrario, con los países que mantengan superávit en la balanza de pagos: su divisa se apreciará, se encarecerán las exportaciones y se abaratarán las importaciones y, por lo tanto, se corregirá su superávit.

 

Algo parecido sucede en los mercados de capitales. Mientras un Estado se endeude en su propia moneda, el tipo de cambio constituirá un factor de moderación importante a la hora del endeudamiento exterior. Un país con una divisa con tendencia a depreciarse tendrá dificultades para seguir endeudándose en el exterior. Los acreedores establecerán un límite, aunque sea únicamente el precio. Un tipo de interés mayor será la compensación a la continua depreciación en moneda extranjera del valor de la deuda. Los acreedores tendrán que tener en cuenta la quita que de forma encubierta se produce por la depreciación del tipo de cambio.

 

A pesar de que en la práctica las cosas no son tan claras como aparecen en teoría, hay que reconocer que el modelo así planteado tiene su lógica; pero esta falla y se quiebra cuando los principios se aplican solo a medias. En el contexto mundial la distorsión ha venido de la mano de China y de algunos otros países que han cambiado las reglas del juego. China se mueve, sí, en mercados mundiales, pero sin aplicar en su propio país el librecambio y no permitiendo que su divisa se aprecie, lo que genera en su balanza de pagos un superávit crónico, cuya principal contrapartida la constituye el permanente déficit y el endeudamiento exterior de Estados Unidos.

 

La reacción de Estados Unidos, por otra parte, es bastante lógica, aplica una política monetaria laxa que origina la devaluación progresiva del dólar y una quita silenciosa y oculta de su deuda. Según se deprecia el dólar, la deuda americana pierde valor y los acreedores -comenzando por China- deben soportar una pérdida encubierta. No obstante, la situación no parece demasiado sostenible a medio plazo.

 

Mayor gravedad tiene, sin embargo, la situación de la Unión Monetaria. Se mantiene el librecambio y la libre circulación de capitales, pero con un sistema de tipos de cambio fijos. Los desequilibrios que se producen en las balanzas de pagos no pueden solucionarse mediante las modificaciones del tipo de cambio, y tampoco las depreciaciones pueden aligerar la carga de la deuda ni traspasar parte del coste a los acreedores.

 

Hoy, las discusiones en Bruselas giran alrededor de si se admite o no la regularización de la deuda griega, es decir, si se fuerza a los acreedores a admitir una modificación en su valor, bien sea en el nominal, en el tipo de interés o en el plazo. Pues bien, esta regularización se habría producido de manera natural si Grecia hubiera estado fuera de la Unión Monetaria y su deuda se hubiese nominado en dracmas -es lo que están haciendo Estados Unidos y Gran Bretaña. Bien es verdad que entonces quizá el endeudamiento exterior nunca hubiera llegado al nivel actual.

 

La Unión Europea ha querido sustituir esta limitación, que actúa de forma natural y automática mediante el tipo de cambio, mediante el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, pero lo ha llevado a cabo de la peor forma posible (aunque, para ser sinceros, el objetivo no era factible de ningún modo). Primero, porque se ha fijado primordialmente en el déficit y no en el stock de deuda. Aun cuando se contemplaba este último, se ha sido muy permisivo con esta variable, de manera que casi todos los países la incumplen. Segundo, porque solo se contempló el sector público y se dejó en total libertad, como difícilmente podía ser de otra manera, a la deuda del sector privado. Y, en último lugar, porque la variable estratégica debía ser el endeudamiento exterior, lo cual resultaba imposible de limitar manteniendo la libre circulación de capitales. La conclusión es que el pacto de estabilidad resulta inútil y únicamente ha supuesto un lastre para las economías de los Estados. Es bastante evidente que los obstáculos que el tipo de cambio establece a un excesivo endeudamiento exterior no pueden sustituirse por acuerdos comunitarios.

 

De la inutilidad del pacto de estabilidad es buen ejemplo el caso de España. La rígida política fiscal realizada con anterioridad a la crisis no ha servido de nada y en los momentos presentes nuestro país se encuentra en la situación económica más difícil de los últimos cuarenta años; está pagando un tipo de interés elevadísimo sin ninguna correspondencia con las tasas de inflación (Estados Unidos y Gran Bretaña las tienen más elevadas) y sin que su moneda se deprecie. No solo es que por estar en la Eurozona mantengamos el mismo tipo de cambio que Alemania o Francia, sino que, además, el euro se está apreciando frente al dólar y a todas las divisas satélite, incluyendo la libra o el Yuan.

 

La conclusión es clara. Resulta imposible aceptar el librecambio, la libre circulación de capitales y querer mantener, al mismo tiempo, el tipo de cambio fijo. El Sistema Monetario Europeo ya lo demostró, y ahora lo está haciendo patente la Unión Monetaria.