¿Accidente laboral?

Dicen que ha sido un accidente, accidente laboral. Pesadumbre y tristeza por los diecisiete soldados muertos, la misma que deberíamos sentir por aquellos que perecen en el andamio, en la mina o en la fábrica. Pero cuanto más repiten con las palabras que se trata sólo de un accidente, más muestran con los hechos que hay algo más. Tres días de actos oficiales, las grandes magistraturas del Estado para arriba y para abajo. Periódicos e informativos saturados por el tema. No pueden ocultar que tienen mala conciencia. Accidente, es posible, pero detrás de este suceso se esconde una pregunta a la que los políticos temen enfrentarse: ¿qué pintan nuestros soldados en Afganistán?

La insistencia con la que afirman que las tropas se encuentran en misión humanitaria y de paz, es señal inequívoca de que ni ellos mismos se lo creen. Es difícil aceptar que se trata de una misión de paz cuando los protagonistas son las fuerzas armadas, armadas de metralletas tanques y mísiles. ¿Cómo admitir que es una misión humanitaria si se bombardea a las poblaciones civiles, se destruye el país y se violan todos los derechos? Y ahí está Guantánamo. La intención de nuestros soldados puede ser la mejor posible, pero ¿cómo olvidar que su actuación se enmarca en una campaña criminal y despótica ‑la invasión y ocupación de un país después de haberlo devastado?

El Gobierno y sus medios afines señalan una y otra vez que no son iguales la guerra de Irak y la de Afganistán. Y sin duda hay diferencias. En el caso de Afganistán, el grupo de las grandes potencias, sobrecogidas tras la tragedia de las torres gemelas, fueron incapaces de oponerse a la demencia americana y a su afán de venganza y, como consecuencia de ello, la ONU y la OTAN cubrieron con su manto la operación. En Irak , por el contrario, parte de los países que cuentan, Francia y Alemania entre otros, pensaron que EEUU había ido demasiado lejos y se opusieron tajantemente a la invasión. Pero por mucho que se invoque a la legalidad internacional, estas diferencias formales no son bastantes para trasformar en acción humanitaria una operación intrínsecamente perversa, como es masacrar a todo un pueblo por la simple sospecha de que oculta terroristas en su territorio. Si este fuese el criterio, habría que bombardear EEUU ya que no estaría dispuesto a extraditar a Kissinger para que fuese juzgado por la complicidad, entre otros, con los crímenes cometidos en Chile. Aquellos países que han condenado la invasión de Irak deberían plantearse que tal vez ésta nunca se habría producido si se hubiesen opuesto con la misma firmeza a la invasión de Afganistán.

Me alegro de que el PSOE en la oposición criticase la invasión de Irak, aunque siempre me cupo la duda de qué hubiese hecho de gobernar Felipe González. Todos nos congratulamos de que el actual gobierno mantuviese su palabra y retirase las tropas españolas de Irak, y de que no ocurriera como con la OTAN, pero cómo no sospechar que ha hecho algo de trampa cuando, para congraciarse con Bush, se incrementan sustancialmente los efectivos mandados a Afganistán. De ahí el interés que tiene por marcar diferencias.

Es mentira que exista una legalidad internacional. Lo que se llama tal es tan sólo la voluntad de los cinco o seis países más poderosos. Lo más que se puede lograr es que no sea únicamente un país el que decida, tal como pretende EEUU. No hay legalidad porque nada ni nadie ha investido de autoridad a esas potencias para intervenir en la vida y en la realidad de otros Estados y otras sociedades. Cada vez que lo han hecho, invocando una hipotética comunidad internacional que no existe, han agravado la situación y creado más conflictos de los que teóricamente pretendían arreglar.

El orden internacional no es otra cosa que el poder del más fuerte o de los más fuertes. Pero, puesto que son ellos los que deciden, que no nos pidan a los demás que seamos sus cómplices. En el momento actual es claro que quien manda es EEUU. Seguramente no hay forma de evitarlo, pero por lo menos que no disfrace sus desmanes de legalidad y moralina. No hay nada más idiota que el que un país de orden mediano como España, preso de megalomanía, se crea que pinta algo en la esfera internacional y termine asumiendo el coste de una gran potencia sin serlo. En realidad, el único papel que se le acaba adjudicando es el de tonto útil, que sirve para llevar la maleta o para limpiar la porquería.