De democracia y de alcaldes

Democracia, será, con toda probabilidad, en los momentos actuales, el vocablo de moda, por lo menos por estos pagos del primer mundo satisfecho. Tanta satisfacción se proyecta también sobre nuestros sistemas políticos. Al que más y al que a menos, políticos, empresarios, comentaristas, a todos, se les llena la boca cuando pronuncian una y otra vez la palabra mágica. Pero cuanto más nos vanagloriamos de ella, más cuarteada y resquebrajada se encuentra. A veces de puro ajada resulta irreconocible.

Bush se presenta como el paladín de la libertad y la democracia, pero al margen de su forma, muy dudosa, de ganar la presidencia y del más que dudoso sistema político americano en el que los partidos obtienen el triunfo con los apoyos económicos de las grandes corporaciones, el líder estadounidense está ejerciendo su mandato, al menos en el plano exterior, como un auténtico tirano con el desprecio más absoluto al derecho y las normas internacionales.

En Europa nos jactamos de demócratas, pero es casi un tópico afirmar que la Unión se está construyendo con un gran déficit democrático y, desde luego, al margen de la opinión pública de los distintos países. A lo largo de todo el proceso han sido contadas las consultas populares que se han realizado, y en aquellos pocos Estados en que ha resultado ineludible efectuar un referéndum, éste se repite tantas veces como sea necesario para que el resultado final sea afirmativo. Muchos irlandeses, con buen tino, se habrán decidido por el sí pensando que así terminaban de una vez y no volvían a molestarles con otro nuevo referéndum.

Aquí, en España, todos nos declaramos camisas viejas en democracia, demócratas de toda la vida. Y hablando de camisas viejas, nuestra democracia no ve obstáculo en ilegalizar partidos políticos por la negativa a condenar los crímenes terroristas, al tiempo que subvenciona a través del Ministerio de Cultura a una asociación que tiene como objeto divulgar el pensamiento de Franco. ¿Habrán exigido antes a sus miembros que condenen las torturas y crimines de la dictadura? Tampoco conviene pasarse, a ver si por ese camino nos quedamos sin demócratas.

Y es que la democracia da para muchas interpretaciones. Todo depende del color del cristal con que se mira. Por ejemplo, el partido socialista en su programa municipal propone como un gran paso democrático la elección directa de los alcaldes por los ciudadanos. Otros, vemos en esta propuesta una trampa saducea y un mecanismo para desnaturalizar aun más nuestro sistema democrático.

Veamos, en el sistema actual, tal como esta diseñado en la Constitución y en las leyes, los ciudadanos eligen directamente a los concejales y son éstos en función de la composición del Consistorio que sale de las urnas, los que eligen al alcalde; pero como alcalde presidente de la corporación, un primus interpares, como el primer edil, supeditado al concejo, al que tiene que dar cuentas y que puede destituirle en cualquier momento. Se huye así de presidencialismos y caudillismos, puesto que la hegemonía la tiene el órgano colegiado.

Permite, además, el juego de las diferentes formaciones políticas, porque al ser un sistema proporcional, los ciudadanos pueden votar al partido que deseen aun cuando sea minoritario, sin tener la sensación de que están desperdiciando el voto. Es factible que su formación política obtenga algún concejal, y por lo tanto influya después en la vida municipal y en la elección de alcalde.

El actual sistema garantiza, también, que el gobierno municipal recaerá en aquellas formaciones políticas que representan a la mayoría de los vecinos. Supongamos, por ejemplo, que en un Ayuntamiento se han presentado cuatro formaciones políticas (A, B, C y D); las dos primeras de derechas y las dos últimas de izquierdas, aunque con sus matices ideológicos cada una de ellas. Y supongamos también que el número de concejales obtenidos respectivamente por cada una, sea de 6, 1, 5 y 3. Casi con seguridad, el alcalde sería del partido C. Aunque no podría gobernar a sus anchas, tendría que hacerlo contando con los otros cuatro concejales de su grupo y lo que es más importante con los tres del partido D. La mayoría de la población estaría representada en el gobierno.

Las cosas serían bastante diferentes si se aceptase la modificación propuesta por el PSOE. Comenzando por el ejemplo anterior, el alcalde sería del partido A, al ser la lista más votada, pero no representaría a la mayoría, pues aun contando con los del otro partido de derechas el número de votos conseguidos sería menor que el conseguido por los partidos de izquierdas.

Pero es que, además, se potenciaría una forma de gobernar personalista y caudillista. El alcalde no podría ser removido de su puesto por el consistorio y en lugar de estar condicionado a éste, serían los concejales los que dependerían del alcalde para obtener sus puestos de gobierno.

Con todo, lo más grave es que poco a poco desaparecería el pluralismo político y se tendería a la concentración en un bipartidismo, digamos que casi monopartidismo. Los vecinos percibirían que sólo dos listas tienen posibilidades de ganar y terminarían bien absteniéndose o bien votando a una de ellas, en muchos casos no porque le convenciesen sus candidatos o sus programas sino simple y llanamente para que no ganase la otra. El voto no sería a favor de ..., si no en contra de...

Este escenario no pertenece a la ciencia ficción, está configurándose ya, en buen medida, como real en la política nacional. Los mecanismos que corrigen la proporcionalidad (ley d´Hont y circunscripciones provinciales) en las elecciones generales y la poco legal costumbre de los partidos de nombrar candidatos a la presidencia del gobierno, están transformando las elecciones al Congreso, en comicios presidenciales. El bipartidismo termina imponiéndose. Ahora se pretende dar un paso más y contaminar también las elecciones municipales. Podemos seguir hablando de democracia.