Cañones o mantequilla

Anda alborotada la clase política madrileña con la sanidad: el partido en el gobierno, haciéndonos creer que han desaparecido las listas de espera, y la oposición, desenmascarando los chanchullos contables que hacen los del gobierno para que Esperanza Aguirre no tenga que dimitir. Y es que la contabilidad creativa no es exclusiva del déficit público, sino que se ha introducido también en la forma de contar a los que esperan una operación.

Al margen de contabilidades creativas y cifras gubernamentales, todos sabemos lo que pasa en la sanidad madrileña, y podríamos afirmar que en la española. Lo de menos es el tiempo que un paciente tiene que aguardar para ser operado; lo peor es la interminable espera –a no ser que entre por urgencias–para que le diagnostiquen la dolencia. Escuché por la radio el otro día que en un hospital de Carabanchel habían dado cita a una embarazada para hacerse una ecografía quince días después de la fecha en la que teóricamente salía de cuentas. Aquí donde paso el verano, conozco a un señor del pueblo que llevaba dos meses con fuertes dolores en el vientre. Gases, le decía una y otra vez el médico de cabecera; por fin le mandó al especialista de digestivo, eso sí, la cita para finales de octubre. Hace una semana entraba por urgencias en el hospital de El Escorial casi directamente al quirófano: tenía un tumor en el intestino grueso.

Y la verdad es que es una pena porque la sanidad pública es muchísimo mejor que la privada; pero la carencia de medios está haciendo que a menudo cumpla de manera muy deficiente su papel, y que todos aquellos con capacidad económica medianamente alta terminen contratando una sociedad sanitaria para completar la asistencia publica. A los otros, los de bajas rentas, no les queda más remedio que resignarse ante la situación. No hay recursos suficientes, se afirma. Y es verdad, si desmantelamos el sistema fiscal. Cañones o mantequilla, enseñaban en primero de Facultad de Económicas. Sanidad o reducción de impuestos. Y el gobierno del Partido Popular optó por la reducción del impuesto sobre la renta; un billón doscientos mil millones de las antiguas pesetas al año, que han ido principalmente a rebajar el gravamen a los contribuyentes de rentas altas, y en tanta mayor medida cuanto más altas son las rentas. A su vez, el gobierno del PSOE no parece dispuesto a modificar la situación.

Las rebajas fiscales se vendieron a bombo y platillo, asegurándonos que no irían en detrimento de los gastos sociales, pero poco después se transfirió la sanidad a las Comunidades Autónomas, según dicen con un cuantioso déficit. Con todo, lo más sorprendente es que en aquel momento todas ellas aceptaron la transferencia sin poner el menor reparo. Es evidente que pudo más su ansia de asumir competencias que cualquier otra consideración. Ha sido después cuando han empezado a reclamar a la Administración Central , lo que no deja de ser contradictorio cuando además se ha apostado por la autonomía financiera y la corresponsabilidad fiscal.

La contradicción llega a su cenit en Comunidades como Madrid que se han apresurado a eliminar el impuesto de sucesiones y donaciones entre padres e hijos, impuesto que grava fundamentalmente a los contribuyentes con rentas altas. Cañones o mantequilla. Todo el mundo debe saber que tal bajada de impuestos no es gratuita, y mucho menos neutral. Los recursos canalizados a reducir el gravamen de las rentas altas no podrán emplearse en mejorar la sanidad pública que afecta a todos los ciudadanos y sobre todo a los de economías débiles que no tienen posibilidad para acudir a la sanidad privada.