Efecto huida

Todos damos por hecho que la mentira y el disimulo son moneda corriente en el juego de la política. Así y todo, en ocasiones, no podemos por menos que sorprendernos del descaro y cinismo que tienen algunos personajes públicos, junto con la falta de memoria que exhiben las sociedades. Los hechos y el tiempo pueden mostrar categóricamente la falsedad de ciertos discursos, sin que los que los mantenían en el pasado sientan la menor necesidad de cantar la palinodia.

Lo anterior viene a cuento del problema de la emigración. Hace escasamente un año que todos los políticos del PP y sus simpatizantes, como si siguiesen una consigna, hablaban del "efecto llamada". Pretendían indicar con ello que la permisividad y la falta de rigor de la anterior ley de extranjería eran las causas del flujo continuo de emigrantes hacia nuestro país e insistían, por tanto, en la necesidad de modificarla. La ley se modificó, endureciendo profusamente sus términos, hasta el extremo de que se duda de su constitucionalidad. No obstante, como era de esperar, el flujo de emigrantes no se ha reducido, sino todo lo contrario. Durante el pasado fin de semana, sólo a las costas de Cádiz y de Canarias llegaron cerca de un millar de ilegales. Curiosa palabra para aplicarla a una persona.

Los acontecimientos de estos días en Barcelona deberían llenarnos de sonrojo. Todas las fuerzas políticas, PP, PSC y CiU unidas en el miedo, en el temor de que la miseria y la pobreza ocupen sus calles, unidas en una fuerte acción represiva y, al mismo tiempo, en una tarea fallida: la exigencia de que se cumpla la ley, una ley que resulta por distintos motivos imposible de aplicar. Es inviable que el Gobierno pueda expulsar a los emigrantes al mismo ritmo que entran, sin contar con que en muchos casos desconocerá el adónde y el cómo.

La sociedad española y la europea harían bien en tomar conciencia de la irreversibilidad del fenómeno. ¿Qué más efecto llamada para los que viven en condiciones miserables que la visión de nuestras sociedades opulentas y de consumo que despilfarran y desechan las cosas para ellos más necesarias? Más que de un efecto llamada se debería hablar de un efecto huida, huida del hambre, de la enfermedad y la pobreza. La huida tiene tal fuerza que no habrá ley capaz de impedir la avalancha. ¿Qué norma, por represiva que sea, puede contener a aquel que está dispuesto a jugarse la vida en una patera?

La postura del PP y de CiU no puede extrañarnos demasiado, promocionaron y aprobaron la nueva ley. Más sorprendente es la actitud del PSC, ya que el PSOE la criticó y se opuso a su aprobación. Bien es verdad que el discurso de Zapatero en este tema es bastante simplón, todo se le va en exigir un pacto de Estado, como si el problema dejase de existir por el simple hecho de que PP y PSOE lleguen a un acuerdo.

A menudo nos preguntamos cómo los políticos y los líderes occidentales de entreguerras no fueron capaces de interpretar los acontecimientos y de captar las señales de lo que estaba ocurriendo y de lo que, de hecho, iba a ocurrir. Algo similar tendríamos que afirmar de los tiempos actuales. La creencia de que este mundo es estable, a pesar de los enormes desequilibrios y desigualdades existentes, es de una gran ingenuidad o de una gran inconsciencia. ¿Qué estabilidad puede darse con 1.300 millones de personas viviendo con menos de un dólar al día? En cierta forma, a las sociedades les son aplicables las leyes de los fluidos. Cuanto más grande es el desnivel, mayor será la amenaza de que se desaten fuerzas que, arrasando todo, tiendan al equilibrio.